Sunday, May 17, 2009

Enrique V de William Shakespeare

Discurso del día de San Crispín



Non nobis Domine


Wednesday, May 13, 2009

La orden de la caballería por Raimundo Lulio

Parte primera

En la cual se trata del principio de caballería

1. Disminuyeron la caridad, la lealtad, la justicia y la verdad en el mundo. Y comenzaron la enemistad, la deslealtad, la injuria y la falsedad; y por esto cundió el error y la perturbación en el pueblo de Dios; el cual pueblo había sido ordenado para que Dios sea amado, conocido, honrado, servido y temido por el hombre.

2. Cuando en el mundo cundió el menosprecio de la justicia por disminución de caridad, fue preciso desde un principio que la justicia retornase por su honor, mediante el temor. Por esto fueron hechos milenarios en todo el pueblo, siendo escogido y elegido, entre los mil que formaban el milenario, el que fuese más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás.

3. También fue buscada entre todas las bestias la más bella, la más ágil y que con más nobleza pueda sostener el trabajo; pues debía ser la más conveniente para el servicio del hombre. Y porque el caballo es la bestia más noble y más conveniente para el servicio del hombre, fue elegido el caballo entre todas las bestias y fue entregado al hombre elegido entre mil. Y por esto este hombre elegido es llamado caballero.

4. Cuando se hubo entregado la más noble bestia al hombre más noble, fue también conveniente que se escogieran y eligieran las armas que sean más nobles y más eficaces para combatir y defender al hombre de heridas y de la muerte. Y se entregaron estas armas al caballero, y éste se las apropió.

A quien quiera, pues, entrar en el orden de caballería, le conviene meditar y pensar en sus nobles principios; y conviene que la nobleza de su ánimo y su buena educación concuerden y convengan con el principio de la caballería.

Por esto también es inconveniente que el orden de caballería reciba en sus honras a sus enemigos, o a los que por su modo de ser y de obrar son contrarios a sus principios.

5. El amor y el temor se convienen contra el desamor y el menosprecio; y por esto conviene que el caballero, por la nobleza de su ánimo y buenas costumbres, y por un honor tan alto y tan grande como el que se le ha hecho por elección, por el caballo y las armas, sea amado y temido de las gentes; y que por el amor que recibe, devuelva caridad y ejemplo; y por el temor que causa, devuelva verdad y justicia.

6. El varón, en cuanto tiene más buen sentido y es más inteligente que las hembras, también puede ser mejor que las mujeres. Porque si no fuese tan poderoso para ser bueno como la mujer, seguiríase que bondad y fuerza de naturaleza serían contrarias a bondad de ánimo y buenas obras. Por donde, así como el hombre por su naturaleza, se halla en mejor disposición de tener noble valor y ser más bueno que la hembra; del mismo modo se halla también mejor preparado que la hembra para hacerse malo. Y esto es precisamente para que, por su mayor nobleza y valor, tenga mayor mérito, siendo bueno, que la mujer.

7. Aprende, escudero, lo que habrás de hacer si tomas el orden de caballería; porque si eres caballero, es que recibes la honra y la servitud propias de los amigos de caballería; porque, en cuanto tienes más nobles principios, eres tanto más obligado a ser bueno y agradable a Dios y a las gentes. Y si eres malo, te haces el mayor enemigo de caballería, y resultas lo más contrario a sus principios y a sus honramientos.

8. Tan alto y tan noble es el orden de caballería, que no le basta estar formado de las personas más nobles, y que posea las más nobles bestias y las armas más honradas; porque también ha sido conveniente convertir a estos hombres que forman el orden de caballería en señores de gentes. Y puesto que el señorío tiene tanta nobleza, y la servitud tanto sometimiento, si tú, que tomas orden de caballero, eres vil y malvado, ya puedes pensar en la gran injuria que cometes contra tus vasallos, y también contra tus compañeros buenos. Porque por la vileza en que te hallas, deberías estar sometido; y por la nobleza de los caballeros que son buenos caballeros, tú eres indigno de ser llamado caballero.

9. Para el alto honor que recibe el caballero, aun no bastan la elección, el caballo, las armasseñorío; porque también conviene que se le den escudero y garzón que le sirvan y se ocupen de las bestias. Y conviene también que las gentes aren y caven y limpien de cizaña a las tierras para que den los frutos de que debe vivir el caballero y sus bestias. Y que el caballero cabalgue y señoree; con lo cual halla bienandanza precisamente en aquellas cosas en que los hombres trabajan tan duramente. y el

10. Los clérigos tienen ciencia y doctrina para que sepan y puedan amar, conocer y honrar a Dios y a sus obras, dando doctrina a las gentes, y un buen ejemplo en amar y honrar a Dios; y por esto son ordenados en estas cosas; y por eso también aprenden en las escuelas. Y así como los clérigos, por su honesta vida, por buen ejemplo y por ciencia, tienen orden y oficio de inclinar a las gentes hacia la devoción y la buena vida, en tal guisa los caballeros, por nobleza de ánimo y por fuerza de armas mantienen el orden de caballería, inclinando a las gentes a temor; por el cual temen los hombres injuriarse mutuamente los unos a los otros.

11. La ciencia y la escuela del orden de caballería es que el caballero enseñe a su hijo aun joven a cabalgar; porque si desde su adolescencia no aprende a cabalgar, tampoco podrá en su vejez.

Conviene que el hijo del caballero, mientras es escudero, sepa dar el pienso al caballo; y que aprenda a estar sometido, antes de ser señor, sabiendo servir a señor; porque de otra suerte no apreciaría la nobleza cuando fuese caballero.

Por todo esto el caballero debe someter a su hijo a otro caballero, para que aprenda a cortar y guarnecer, y demás cosas que tocan el honor del caballero.

12. Así como el que quiere ser carpintero tiene necesidad de tener maestro carpintero; y aquel que quiere ser zapatero necesita de un maestro que sea zapatero; de la misma manera quien quiera ser caballero, necesita un maestro que sea caballero. Porque, en tal guisa sería inconveniente cosa que el escudero aprendiese el ordenamiento de la caballería de un hombre que no fuese caballero, como lo es que el que quiera ser zapatero tenga por maestro a un carpintero.

13. De la misma manera que los juristas, los médicos y los clérigos adquieren ciencia y tienen libros, con cuya lección aprenden su oficio por magisterio de letras, oyendo a sus maestros; tan alto es y tan honrado el orden de caballero, que no es bastante que al escudero se le enseñe a dar pienso al caballo, a servir a señor, ir con él en hechos de armas, y otras cosas semejantes; sino que también sería muy conveniente cosa que hubiese escuelas y ciencia escrita en los libros, y que fuese enseñado el arte de la misma manera que se enseñan las demás ciencias; y que los niños hijos de caballero aprendiesen desde un principio la ciencia que atañe al orden de caballería; y anduviesen por las tierras con los caballeros.

14. Si no hubiese culpas entre los clérigos y entre los caballeros, aquí bajo apenas se advertirían culpas en las otras gentes; porque por el ejemplo de los clérigos el pueblo adquiere devoción y amor a Dios; y por los caballeros temieran injuriar al prójimo.

De esta suerte, si los clérigos tienen maestros y doctrina, y frecuentan las escuelas, para ser buenos; y existen tantas ciencias que están en doctrina y en letras; se comete una injuria muy grande al orden de caballería cuando no existe, de modo semejante, una ciencia demostrada por letras; y que no se constituya escuela, como se han constituido para enseñanza de las demás ciencias.

Por esto mismo, el que compone este libro, ruega al noble Rey y a toda la Corte reunida en honor de caballería, que este libro dé satisfacción y sea restaurado en el honor el orden de caballería, porque es agradable a Dios.

* Esta obra completa aquí: Libro de la orden de caballería


Estos son los proverbios de caballería


Que hizo el Bienaventurado maestro Ramón Lull, en su «Libro de Proverbios»

1. Caballero es hombre que procura la paz por la fuerza.

2. El caballero es hombre elegido antiguamente para ser mejor hombre que otro.

3. El caballero tiene espada por justicia, y caballo por señoría.

4. Como la humildad está elevada, el caballero debe ser humilde.

5. El caballero va bien vestido porque es honrado.

6. Las vestiduras de tela no son tan nobles como las de las virtudes.

7. El caballero tiene divisa para ser conocido de todos.

8. Un mal hombre no debe ascender a lo alto para que sea conocido.

9. El orgullo rebaja al hombre.

10. Quien sube es por virtud; quien baja es por vicio.

11. Villano que se hace caballero, injuria al caballo.

12. Caballero vil, solamente debe cabalgar en asno.

13. Al caballero pertenecen bienes y honra.

14. El mundo se hallaría en buen estamento si fuesen señores de él un buen clérigo y un buen caballero.

15. Buena es la compañía de un buen clérigo y de un buen caballero.

16. Nadie es más vil que un caballero cobarde.

17. Nadie cae tan bajo como el que cae desde una gran virtud.

18. Hayas temor del caballero humilde; pero no del orgulloso.

19. Mas fuerte es el caballero por sus virtudes que por la lanza y la espada.

20. El mundo juzga a los caballeros por sus trabajos.


Por qué se convirtió Friedrich Schlegel...


Esta imagen sirve para ilustrar por qué el escritor romántico Friedrich von Schleger (1772-1829), de formación protestante y racionalista, incluso ferviente apasionado de la Revolución Francesa, acabó por convertirse al catolicismo. Él, como tantos otros, se sintió especialmente atraído por la mística de la liturgia católica, por su espiritualidad, por su solemnidad y recogimiento. Podríamos decir que en un primer momento, su atracción fue en gran medida estética, y aunque representa un primer estadio quizá superficial hacia la fe, no por ello carece de valor e importancia, y la prueba es que eso le sirvió a él y a muchos para ir profundizando hasta convertirse.


Schlegel, como romántico amante de la Edad Media y el Barroco, no pudo menos que sentirse fascinado por los cantos en latín de la misa, el sonido del órgano, la belleza de los ornamentos litúrgicos, la atmósfera creada por el incienso flotando en la luz filtrada por grandes vidrieras de colores y los toques de campana resonando en medio del majestuoso y solemne silencio de la consagración.

Así pues, F. von Schlegel se convierte al catolicismo en 1808, lo que le valdría fuertes críticas, así como el distanciamiento de muchos de los que hasta entonces eran sus amigos, e incluso de su hermano August, que llega a romper completamente su relación con él. Su esposa Dorothea, que se convierte con él al catolicismo, escribe en 1823 una carta a su hijo en la que afirma: "Difícilmente se podrá encontrar entre los hombres de ciencia y cultura de nuestra época un hijo tan obediente de la Iglesia, un defensor tan celoso de la fe católica como nuestro Friedrich".

Alguien se preguntará qué pasa ahora con los "schlegels" de nuestro tiempo, con aquellos que sentirían la misma atracción que él, pero que entrando en una iglesia se encuentran con construcciones modernas carentes de sentido estético de belleza, carentes de espiritualidad y de recogimiento, salas frías que parecen más simples teatros que iglesias, vacías casi de imagenes, acorde al espíritu protestantizante actual de la Iglesia. No digamos ya nada de las nuevas "misas", rito extraño a la liturgia tradicional católica, falto de reverencia, confuso y ambigüo, cuando no opuesto al rito de siempre. Allí los cantos gregorianos o el latín ya han sido eliminados, sustituidos por cantos profanos, incluso cantos hippies de mal gusto con letra chabacanamente "religiosa" y en lengua vulgar, también los altares, sustituídos por simples mesas, desde las que los curas miran al pueblo, y ya no a Dios en posición de cara al altar... Y así podríamos seguir, pero esto nos lleva a cuestiones complejas y más extensas que aquí no puedo entrar, pero que para ello recomiendo especialmente la página de Stat Veritas, en donde se pueden encontrar estudios detallados sobre este tema, y sobre el la cuestión de fondo que subyace a estos aspectos que podrían parecer de "gusto" o de simple nostalgia, que es la cuestión doctrinal.

Lo estético es como siempre reflejo de algo más profundo, y lo Bello está como siempre emparentado estrechamente con lo Bueno y con la Verdad, por ello, si se sabe mirar, se podrá descubrir en estas imagenes la verdadera religión de Cristo, que incluso entre las ruinas y en las catacumbas sobrevive en tiempos de decadencia.












Tuesday, May 12, 2009

Jerome K. Jerome - "Tres hombres en una barca (por no mencionar al perro)"

CAPITULO PRIMERO (Fragmento)


Tres inválidos. Sufrimientos de George y Harris. Víctima de ciento siete enfermedades mortales. Recetas útiles. Cura para las afecciones hepáticas infantiles. Acordamos que sufrimos de exceso de trabajo y necesitamos descanso. ¿Una semana en el mar proceloso? George sugiere el río. Montmorency presenta una objeción. Moción original aprobada por mayoría de tres a uno.
Eramos cuatro: George, William Samuel Harris, yo y Montmorency. Estábamos sentados en mi habitación, fumando y charlando sobre lo malos que nos encontrábamos... malos desde un punto de vista médico, naturalmente.
Todos nos sentíamos enfermos, lo que nos estaba poniendo bastante nerviosos. Harris dijo que a veces le daban unos mareos tan extraordinarios que apenas sabía lo que hacía, y después George dijo que también él tenía mareos y apenas sabía lo que hacía. En mi caso, lo que no funcionaba era el hígado. Sabía que el hígado no me funcionaba porque acababa de leer un prospecto de píldoras hepáticas donde se detallaban los diversos síntomas que permiten apercibirse del mal funcionamiento del hígado. Yo los tenía todos.
Aunque parezca realmente extraordinario, jamás he leído un prospecto farmacéutico sin llegar inevitablemente a la conclusión de que padezco de la enfermedad allí descrita, y en su forma más virulenta. El diagnóstico parece coincidir, sin excepción y exactamente, con todas las sensaciones que he sentido alguna vez en la vida.
Recuerdo que un día fui al Museo Británico para leer algo sobre el tratamiento de un ligero achaque que me afectaba... creo que era fiebre del heno. Bajé el libro y leí cuanto tenía que leer; y después, irreflexiblemente, lo hojeé descuidado y empecé a estudiar con indolencia las enfermedades en general. No recuerdo cuál fue la primera dolencia donde me sumergí –sin duda algún temible y devastador azote– pero, antes de haber llegado a la mitad de la lista de «síntomas premonitorios», supe sin lugar a dudas que la había contraído.
Me quedé unos instantes paralizado de horror. Después, con la indiferencia propia de la desesperación, seguí pasando páginas. Llegué a la fiebre tifoidea, leí los síntomas, descubrí que tenía fiebre tifoidea, que debía tenerla desde hacía meses sin saberlo. Me pregunté qué más tendría. Llegué al baile de San Vito; descubrí, como ya esperaba, que también lo tenía. Empecé a interesarme por mi caso y, decidido a investigarlo a fondo, inicié un estudio por orden alfabético. Observé que estaba contrayendo la malaria, cuyo estado crítico sobrevendría en un par de semanas. Constaté aliviado que padecía la enfermedad de Bright sólo en forma benévola y que, en lo que a ello tocaba, me quedaban muchos años de vida. Tenía el cólera, con complicaciones graves, y parece que había nacido con difteria. Recorrí concienzudamente las veintiséis letras para llegar a la conclusión de que la única enfermedad que no padecía era la rodilla de fregona.
Esto me irritó en un primer momento. Parecía, en cierto modo, una especie de menosprecio. ¿Por qué no tenía rodilla de fregona? ¿Por qué tan odiosa salvedad? Al rato, sin embargo, se impusieron sentimientos menos egoístas. Recordé que tenía todas las demás enfermedades conocidas por la farmacología, mi egoísmo cedió y decidí arreglármelas sin rodilla de fregona. Parecía que la gota, en su estadio más maligno, se había apoderado de mí sin que yo me diera cuenta, y era evidente que sufría zimosis desde la más temprana infancia. Después de zimosis no había más enfermedades, por lo que concluí que ya no me ocurría nada más.
Ponderé el asunto. Pensé que debía ser un caso bien interesante desde el punto de vista médico. ¡Menuda adquisición para una clase! Si contaran conmigo, los estudiantes no necesitarían ya hacer práctica hospitalaria. Yo era un hospital en mí mismo. Todo lo que tenían que hacer era dar una vuelta a mi alrededor y después recoger el diploma.
Entonces me pregunté cuánto tiempo me quedaría de vida. Traté de examinarme. Me tomé el pulso. Al principio no sentí ningún pulso. Después, de pronto, me pareció que echaba a andar. Saqué el reloj y lo medí. Ciento cuarenta y siete pulsaciones por minuto. Traté de sentirme el corazón. No sentí el corazón. Había dejado de latir. Con el paso del tiempo he sido inducido a la opinión de que tenía que estar ahí y de que tenía que estar latiendo, pero no puedo asegurarlo. Me palpé todo el frente, desde lo que llamo la cintura hasta la cabeza, un poquito por cada lado y un poquito por la espalda. Pero no oí ni sentí nada. Traté de mirarme la lengua. La saqué todo lo que pude, cerré un ojo y traté de examinarla con el otro. Sólo alcancé a ver la punta, y lo único que saqué en limpio fue convencerme con mayor seguridad que antes de que tenía escarlatina.
Había entrado en aquella sala de lectura caminando como un hombre sano y optimista. Salí arrastrándome, convertido en una ruina decrépita.
Acudí a mi médico. Es un viejo amigo, que me toma el pulso, me mira la lengua y habla del tiempo, sin cobrarme nada, cuando se me mete en la cabeza que estoy enfermo, así que pensé que le haría un favor presentándome en esas condiciones. Lo que necesita un médico, pensé, es práctica. Puede contar conmigo. Conmigo podrá practicar más que con mil setecientos de sus enfermos comunes y corrientes, que no tienen cada uno más de una o dos enfermedades. Así que fui directamente a verle, y me dijo:
–Bueno, ¿qué te pasa?
Yo dije:
–No pretendo malgastar tu tiempo, camarada, contándote lo que me ocurre. La vida es breve, y podrías morir antes de que yo terminase. Pero sí te diré lo que no me pasa. No tengo rodilla de fregona. No puedo decirte por qué no tengo rodilla de fregona, pero el caso es que así es. Tengo, sin embargo, todo lo demás.
Y le conté cómo lo había descubierto.
Me hizo desvestirme y me examinó, me cogió por la muñeca y después me golpeó en el pecho cuando menos lo esperaba –una acción cobarde, en mi opinión– e inmediatamente después me embistió con un lado de la cabeza. Terminado esto, se sentó, escribió una receta la plegó y me la entregó. Me la metí en el bolsillo y me fui.
No la abrí. La llevé a la botica más cercana y la entregué. El boticario la leyó y me la devolvió.
Me dijo que no podía atenderme.
Yo dije:
–¿No es usted farmacéutico?
El dijo:
–Soy farmacéutico. Si fuera una combinación de almacén de cooperativa y hotel de familia quizás podría ayudarle. El ser sólo farmacéutico me lo impide.
Leí la receta. Decía lo siguiente:

1 libra de bistec, con
1 pinta de cerveza amarga cada seis horas
1 paseo de diez millas todas las mañanas.
1 cama a las once en punto de la noche.
Y no te llenes la cabeza de cosas que no entiendes.

Seguí las instrucciones, lo que felizmente –desde mi punto de vista– resultó en la preservación de mi vida, que aún sigue en marcha.
Esta vez, para volver al prospecto de las píldoras para el hígado, tenía inequívocamente todos los síntomas, entre los que destacaba «una general desgana para todo tipo de trabajo».
Nadie podrá comprender jamás lo que sufro en este sentido. Soy un mártir de este síntoma desde la más tierna infancia. De niño, la enfermedad no me dejaba prácticamente un solo día de respiro. Los demás no sabían en aquel tiempo que era un problema de hígado. La ciencia médica estaba considerablemente menos avanzada que ahora, y lo atribuían sencillamente a holgazanería.
–Ah, diablillo remolón –me decían–, levántate y haz algo para ganarte la vida, que ya es hora.
Naturalmente, no sabían que estaba enfermo.
Por la misma razón, no me daban píldoras. Me daban capones. Y, por extraño que parezca, los capones a menudo me curaban... momentáneamente. Sé por experiencia personal que un solo capón actuaba sobre el hígado y me hacía ir de aquí para allá y hacer lo que había que hacer con más velocidad que hoy en día toda una caja de píldoras.
Ya saben, ocurre a menudo. Los remedios sencillos y pasados de moda son a veces más eficaces que todas las porquerías de dispensario.
Pasamos una media hora más describiéndonos mutuamente nuestras respectivas enfermedades. Yo les expliqué a George y a William Harris lo que sentía al levantarme por la mañana y William Harris nos contó cómo se sentía al acostarse. George, puesto en pie sobre la alfombra de la chimenea, hizo una poderosa e inteligente representación, ilustrativa de sus sentimientos nocturnos.
George cree que está enfermo, pero en realidad jamás tiene nada.
En ese momento, la señora Poppets llamó a la puerta para saber si estábamos dispuestos para la cena. Nos dirigimos mútuamente una triste sonrisa y decidimos que probablemente nos sentaría bien tomar un bocado. Harris dijo que echarse algo al estómago era a menudo una forma de mantener la enfermedad bajo control, así que la señora Poppets entró con la bandeja y los demás nos sentamos a la mesa y jugueteamos con un filetito con cebolla y un poco de tarta de ruibarbo.
Creo que ese día yo estaba bastante enfermo, porque, pasada aproximadamente media hora, perdí interés por la comida –cosa rara en mí– y ni siquiera tomé queso.
Cumplidos estos deberes, rellenamos los vasos, encendimos las pipas y reanudamos la discusión sobre nuestro estado de salud. Ninguno de nosotros estaba exactamente seguro de lo que nos pasaba, pero nuestra opinión unánime fue que lo que nos ocurría –fuera lo que fuese– se debía al exceso de trabajo.
–Lo que nos falta es descanso –dijo Harris.
–Descanso y un cambio completo de aires –dijo George–. La gran tensión cerebral que sufrimos ha producido una depresión generalizada en el sistema. Un cambio de ambiente, un lugar donde no haga falta pensar, restauraría nuestro equilibrio mental.
George tiene un primo que los atestados de comisaría describen generalmente como estudiante de medicina, por lo que, como es natural, utiliza expresiones más o menos propias de un médico de cabecera.
–Me mostré de acuerdo con George y sugerí buscar un lugar anticuado y retirado, lejos de las masas enloquecidas, para pasar una soñadora semana en sus soñolientas callejuelas... algún rincón semiolvidado, escondido por las hadas, lejos del mundanal ruido, algún nido de águilas singularmente situado en los acantilados del tiempo, desde el cual el agitado oleaje del siglo XIX resonara lejano e imperceptible.
Harris dijo que eso le parecía deprimente. Dijo que conocía ese tipo de lugares, donde todo el mundo se acostaba a las ocho y no había forma de encontrar un periódico por todo el oro del mundo, aparte de tener que andar diez millas para conseguir tabaco.
–No –dijo Harris–. Si queréis descanso y cambio, no hay nada mejor que un viaje en barco.



Sunday, May 10, 2009

Música tradicional escandinava

Hace dos o tres años que grabé este programa de Radio Clásica sobre música popular tradicional de Suecia y Finlandia, del que me fascinaron especialmente las grabaciones de cánticos pastoriles y llamadas de trompa alpina, en las que incluso se pueden oír los sonidos de los cencerros del ganado pastando por esos mágicos paisajes montañosos del norte. Por desgracia no volví a sintonizar ese programa ni a grabar otros capítulos dedicados a otros países, pero sin duda debieron ser tan fascinantes como éste. Si alguien sabe cómo conseguirlos le agradecería muchísimo que me lo dijese.

Para acompañar este archivo de audio, nada mejor que las pinturas de Hans Dahl (1849-1937) un pintor noruego experto en escenas montañesas populares ambientadas los paisajes nórdicos que inspiraron la música que aquí se recoge.









Thursday, May 07, 2009

Peter Severin Kroyer (1851-1909)

Este gran pintor nacido en Noruega y formado artísticamente en Dinamarca es digno de resaltar entre los máximos representantes de la pintura escandinava de finales del s. XIX. Destaca en su tratamiento de la luz, que le da a sus cuadros un aspecto colorista característico de los pintores del norte, pero con un toque melancólico. Sus paisajes de playa recuerdan a Sorolla por su luminosidad y colorido, así como por la frescura de su pincelada. Pero más allá del aspecto formal, cabe destacar el mundo creado por Kroyer en sus obras, un mundo cotidiano, íntimo y tradicional. En él se refleja el sosiego, la alegría de vivir y la laboriosidad de los oficios tradicionales, especialmente aquellos en los que se establece una peculiar relación entre el hombre y la naturaleza, el terruño y la patria.










Saturday, May 02, 2009

La gloria de este mundo


"¿De que te sirve ganar el mundo, si al final pierdes tu alma?"

San Ignacio de Loyola



Finis gloriae mundi, Juan de Valdés Leal, 1672.



In ictu oculi, Juan de Valdés Leal, 1672.