Sunday, January 24, 2010

Jérôme y Jean Tharaud - El monje que quiso ver a la Virgen


A todos cuantos pretenden que no hay nada que iguale a la alegría de ver cada día en su lugar las cosas hermosas que Dios ha creado, les replicaré con el caso de un joven monje que habría dado sin pena todo cuanto los ojos pueden ver y todo cuanto la mano puede tocar, a cambio de tener la felicidad de contemplar, aunque sólo fuera un instante, a Aquella de la que se dice, con toda justicia, que es la gema, la flor de oro, la gloria de la tierra y de los cielos, Nuestra Señora la Virgen María.
Un día en que arrodillado ante su imagen bendita le decía, como en otras muchas ocasiones, que no había nada que deseara tanto como verla, no bajo la forma imperfecta de una estatua de piedra o de madera, sino tal y como era de verdad, la imagen le contestó:
—Hijo mío, no anuncio la hora de su muerte a nadie, pues tus días no me pertenecen a mí, sino a mi hijo. Pero si tanto deseas verme, te diré que no hay nadie en el mundo que haya obtenido este favor y no haya perdido la vista inmediatamente después.
—¡Ah! —exclamó el monje en el colmo de la felicidad— ¡quién no consentiría en perder la luz de sus ojos a cambio de semejante regalo!
Pero, igual que el que se cree perdido en el fondo del firmamento sigue unido a las cosas de la tierra por un hilo por muy delgado que éste sea, al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras rápidamente nuestro monje, que no estaba tan desprendido del mundo como creía, cubrió con la mano uno de sus ojos y miró con el otro.
Lo que vio con este ojo no tengo palabras para describirlo. La Reina del Cielo se le apareció con su túnica del color de las noches hermosas, sembrada de planetas y de estrellas, en medio de su Corte celestial y de sus ángeles músicos. Pero la visión no duró más que un relámpago, dejando al joven monje deslumbrado y más triste que antes, pues el haber visto a Nuestra Señora le daba más sed de Ella aún. Afortunadamente, le quedaba el ojo que se había tapado con la mano.
—¡Reina de la Belleza, —exclamó— que pierda el segundo de mis ojos, pero que pueda veros una vez más!
—Mírame pues una vez más si mi vista te resulta tan grata —dijo la imagen.
Y lo que vio con aquel ojo, fue una mujer pobre semejante a las que pueden verse por los caminos, que llevaba en su rostro tanto dolor y piedad que tampoco hay palabras para describirlo. La visión desapareció dejando esta vez al monje ciego, en la más absoluta oscuridad.
—¡Reina de la Misericordia —dijo éste entonces— perdonad que os haya engañado colocando la mano sobre el ojo, pero así he podido veros más bella aún, si eso es posible, en vuestra humildad que en vuestro esplendor!
Entonces la imagen le contestó:
—Te perdono, mi dulce amigo, por tu engaño inocente. Y por haberme amado tanto, te devuelvo lo que te había quitado.
Y el monje recuperó la vista, y volvió a ver todas las cosas en su lugar, como estaban antes. Pero ¿para qué quería los ojos tras haber visto a Nuestra Señora?... Después de recibir la comunión, no quiso volver a comer ni a beber. Permaneció tres días enteros con los ojos cerrados, y sin moverse. Y no se supo que había muerto hasta que sus ojos se abrieron, cuando ya no podía ver nada más.

FIN


(Traducción: Esperanza Cobos Castro. http://www.relatosfranceses.com)

Thursday, January 21, 2010

La sinfonía alpina de Richard Strauss

Richard Strauss (1864-1949)
Eine Alpensinfonie, Op. 64 (1911-1915)

Staatskapelle Dresden

Rudolf Kempe, conductor

Credits:
Director of photography: Kozo Okazaki
Assistant camera: Osamu Motoyoshi
Production executive: Kazunari Yamaguchi
Production: Katsuhiro Tamura
Direction: Toro Yuki









Friday, January 15, 2010

"Gritarán las piedras"


"En la misma arquitectura, la más material de las Bellas Artes, veréis ese espíritu brillar en los primitivos templos románicos, que todavía no han podido levantar la bóveda circular sobre sus muros, que tienen pobres techumbres y aquella ornamentación lineal y rígida como las espadas de los guerrilleros de la Reconquista, pero que irán multiplicando y enriqueciendo la arquivolta ajedrezada sobre las columnas que se agrupan en sus portadas, embelleciéndolas con tímpanos hasta convertirlas en arcos triunfales del Arte, como el Pórtico de la Gloria, que parece levantado por la fe para recibir el arte ojival, que llega con las magníficas catedrales que son como la materia idealizada y arrodillada ante la cruz; inmensas custodias de granito, que hacen dudar al ánimo absorto si las atraviesa el sol para concentrar en ellas todos sus rayos y besar humillado el altar del que es foco de la eterna luz, o si es el foco mismo del amor el que irradia luces para inflamar al mundo a través de las vidrieras de colores, rojas como la sangre y verdes como la esperanza." Vázquez de Mella (El catolicismo en nuestro arte)



"El Cristo profetizó todo el plan de la arquitectura gótica aquel día en que las gentes sensibles y respetables -como las que ahora se incomodan con los organillos de la calle- protestaban contra la algazara de los haraganes de Jerusalén. "El día que éstos callen -dijo- gritarán las piedras". A impulso de su espíritu inmenso se alzaron, cual ecos clamorosos, las fachadas de las catedrales en la Edad Media, pobladas de caras chillonas y de bocas abiertas. Y así, gritando las piedras, se pudo cumplir la profecía." G. K. Chesterton (Ortodoxia)














Wednesday, January 13, 2010

Julio Martínez Mesanza, trovador de la vieja Europa

Hace un tiempo, un buen amigo me leyó un poema que me cautivó por su fuerza y contundencia, tras lo cual me preguntó si se me ocurría cual podía ser el título. No acertaba a decir ninguno, pero en él resonaba la solidez de la Verdad en toda su majestad, muy lejos del nihilismo y el pensamiento débil actual, de la mojigatería y timidez intelectual de nuestra época relativista. El título resultó ser, ni más ni menos, que Santo Oficio (que incluyo a continuación), y para mi sorpresa, el autor era un poeta actual. Agradezco mucho que este amigo me descubriese a Julio Martínez Mesanza, seguramente uno de los poetas españoles actuales más interesantes, nacido en Madrid en 1955 y considerado como miembro de la generación de 1980. Estudió Filosofía y Filología Italiana, y entre sus traducciones destaca Vida Nueva de Dante. Se ha llamado épica a su poesía, por sus motivos y su evocación de temas medievales, que más que ser una alusión muerta al pasado, entronca con la gran tradición poética europea. Precisamente, su obra más importante lleva por nombre Europa, sin más. Y al leer sus poemas, nos damos cuenta claramente a qué Europa se refiere, a la vieja Europa, a la otra gran Europa de la literatura moderna, la de Novalis, Europa o la Cristiandad. Sus poemas evocan las grandes gestas de la Cristiandad, a sus reyes, héroes y santos, pero su estilo es más bien íntimo, aunque no sentimentalista, y personal, a veces con algo de nostalgia por ese mundo casi totalmente perdido... En este sentido hay mucho de romanticismo en sus poemas, un sano romanticismo que es con el que nos sentimos identificados en este blog, que no es ni más ni menos, que el anhelo de la vieja Cristiandad y una esperanza de Restauración. Y Martínez Mesanza puede ser considerado sin lugar a dudas, un cantor y un trovador de esa Restauración.



Exaltación del rito

A Heinrich Brackelmanns

Quien no comprende la razón del rito,
quien no comprende majestad y gesto
nunca conocerá la humana altura,
su vano dios será la contingencia.
Quien las formas degrada y luego entrega
simulacros neutrales a las gentes,
para ganarse fama de hombre libre,
no tiene dios ni patria ni costumbre.

Contra usuram

Ya sé que hemos gastado en demasía,
pero bodas y amigos lo merecen,
y lo merecen todas las campañas.
Te pagaré, y no habrá vencido el plazo,
aunque crea pagar bodas ficticias,
banquetes dobles y soñadas guerras.
Te daré seis por cada tres, confía:
te pagaré con oro lo no sido.



De amicitia

A José del Río Mons

Si tuviese al justo de enemigo,
sería la justicia mi enemiga.
A tu lado en el campo victorioso
y junto a ti estaré cuando el fracaso.
Tus palabras tendrán tumba en mi oído.
Celebraré el primero tu alegría.
Aunque el fraude mi espada no consienta,
engañaremos juntos si te place.
Saquearemos juntos si lo quieres,
aunque mucho la sangre me repugne.
Tus rivales ya son rivales míos:
mañana el mar inmenso nos espera.


Nunca He Visto Gozosa La Victoria

Nunca he visto gozosa la discordia,
no conozco el olor que tiene el campo
después de la batalla. Nunca he visto
caballos sin jinete entre las picas
vagar y entre los muertos. No conozco
la voluntad de ser invulnerbale
ni el estupor que nace con la herida.




Sancta María

Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra,
Majestad y Humildad, impera siempre.
Tiro como si fuera un trapo viejo
la razón inestable que ayer dijo
y dirá lo contrario de inmediato.
Olvido los tres siglos de cordura,
la mole de palabrería impresa,
e intento serte grato nuevamente.


También mueren caballos en combate

También mueren caballos en combate,
y lo hacen lentamente, pues reciben
flechazos imprecisos. Se desangran
con un noble y callado sufrimiento.
De sus ojos inmóviles se adueña
una distante y superior mirada,
y sus oídos sufren la agonía
furiosa y desmedida de los hombres.



San Luis

A Violeta

Hay algo noble en todas las espadas.
Hay algo noble en todos los jinetes.
Y espadas nobles hay en manos regias,
y audaces horas y monarcas santos
que cabalgan enfermos, poseídos
por una gracia que el temor destruye.
Ellos nunca quisieron ser los dioses
pues Dios era su sueño y su vigilia.
Hay espadas que empuña el entusiasmo
y jinetes de luz en la hora oscura.




Ceremonia

En las manos de Dios está la vida.
Prepara siempre el último combate,
no importa que después sigas luchando.
Reza solemnemente y sin agustia,
dando a las formas su valor supremo.
Debes hacer un rito del vestirte:
la sobreveste puede ser mortaja.
Cuando vayas al paso hacia el combate
saluda brevemente a tus amigos
y baja la visera de tu yelmo
para significar que arrostras solo
la mirada, y de frente, del acaso.
En las manos de Dios está la vida.
Pídele la victoria solamente
y el perdón de la sangre y de la audacia.



Santo Oficio

Hay una casa que no roza el tiempo.
Tiene torres espléndidas y oscuros
corredores. Sus salas están llenas
de claros y pacientes manuscritos.
Una raza distinta vive en ella:
varones para quienes la justicia
debe ser majestad y ser distante.
La eternidad los hace ser solemnes
y hace que sean pocas sus palabras
y su sentencia la hace irrevocable.
No malgastan su tiempo con sofismas;
saben que la opinión tiene mil labios,
es un monstruo ridículo y versátil.
No dan valor alguno a lo que opinan
los hombres incostantes. Los mil labios
de la opinión se cierran frente al dogma.

Friday, January 01, 2010

Sobre los Reyes Magos, en "Elena" de Evelyn Waugh

Este texto de Evelyn Waugh es una reflexión de gran valor para estos días, con la que muchos nos podemos sentir identificados; una meditación para todos aquellos que llegaron tarde a postrarse de rodillas ante el Rey nacido en Belén, y para los que aún están por llegar, pero que se dirigen, con paso más o menos incierto, hacia Él.

Para todos nosotros, igual que para los Reyes Magos, también hay una estrella que nos guía en la noche, es la Gracia de Dios. Lo único necesario para aprovecharla es estar atentos y no dejarnos cegar por especulaciones vanas, pues corremos el riesgo de dirigir nuestra mirada hacia el lugar equivocado, dejando escapar al resplandeciente astro para hundirnos en la noche eternamente. Esta "estrella" no se ve con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma; no nos hacemos dignos de ella levantando torres de Babel, sino por la humildad. Esta humildad es el principio de la sapientia christiana de San Agustín, el requisito moral necesario para llegar a Dios: "(...) he aquí que veo una cosa no hecha para los soberbios ni clara para los pequeños, sino a la entrada baja y en su interior sublime y velada de misterios, y yo no era tal que pudiera entrar por ella o doblar la cerviz..." (Conf. III, 5, 9). El camino empieza con esa puerta pequeña, ante la que es necesario inclinarse para entrar; una vez dentro, sucede con la fe igual que con las vidrieras de una catedral gótica, y lo que parecía descolorido y opaco por fuera, se torna entonces como una fuente maravillosa por la que penetra la luz que baña completamente el majestuoso templo. Esa sapientia o sabiduría comienza entonces a ser fecunda, pues como dijo el profeta Isaías, "nisi credideris, non intelligetis" (Isaías, 7, 9); es necesario creer para entender de verdad.



San Agustín fue otro gran sabio que tardó en llegar al portal de Belén, y que finalmente, por los caminos tortuosos del maniqueísmo, el escepticismo y la especulación platónica, acabó por encontrar el santo lugar y postrarse ante Cristo al lado de los pastores, que desde antes ya estaban allí. Los pastores son un ejemplo de esta humildad y amor a Dios, pues como bien dice Tomás de Kempis, "Todos los hombres, naturalmente, desean saber; mas ¿qué aprovecha la ciencia, sin el temor de Dios? Por cierto, mejor es el rústico humilde que a Dios sirve, que el soberbio filósofo que, dejando de conocerse, considera el curso del cielo" (Imitación de Cristo, I, 2, 1).

San Agustín entendió finalmente, que la especulación de los paganos podía alcanzar a conocer algunas verdades por la razón natural, pero que la especulación para el cristiano no es como ésta una escalada imposible hasta la Verdad absoluta, puesto que la Verdad ha descendido hasta nosotros, y he ahí el mayor misterio de la historia, a donde las especulaciones de los paganos no son capaces de llegar. Dice San Agustín refiriéndose a las obras de los filósofos paganos, especialmente a las de los neoplatónicos que tanto admiró: "Pero que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, no lo leí allí. (...) que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres y reconocido por tal por su modo de ser; y que se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo que Dios le exaltó de entre los muertos y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos y toda lengua confiese que el Señor Jesús está en la gloria de Dios Padre, no lo dicen aquellos libros" (Conf. VII, 9, 14).

Chesterton dijo en El hombre común, obra que marcó de manera especial la conversión de C. S. Lewis, que si tuviera que predicar un sólo sermón, sería sobre el orgullo, pues es el origen de todo mal, desde la primera rebelión de Lucifer, hasta la rebelión de cada hombre actual que pretende transgredir el orden natural y divino. Chesterton acaba diciendo que si pronunciase este sermón, seguramente no le pedirían que pronunciara ninguno más, y quizá sea por eso por lo que en el humilde portal de Belén sólo acompañan al Niño Dios y a la Sagrada Familia unos simples animales de establo y unos sencillos pastores. Sólo unos pocos se postran también actualmente delante del Dios "anonadado" al que se refiere San Agustín, pues en esta época de exaltación del hombre, del orgullo y de tantos "derechos humanos", no parece tener sentido hincar la rodilla junto a unos pastores delante de "tan poca cosa".

Aunque lleguemos un poco tarde, no nos extraviemos por el camino, pues en ese rústico lugar se encuentra la máxima grandeza, el Verbo hecho carne, ante el cual palidecen todas la vanidades humanas, la máxima Verdad y Sabiduría, ante la cual se desvanece la pedantería, que es "la forma más árida del orgullo" dice Chesterton, vicio de los hombres que sin saber reconocer sus límites y sus miserias, creen ser sabios despreciando a Dios. Allí se encuentra Dios hecho hombre, ante el cual se dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos.

Elena (fragmento del cap. 9) de Evelyn Waugh

(Novela histórica sobre la vida de Santa Elena. El capítulo transcurre en Belén, entre los años 325 o 326. Elena, la vieja —y en la novela, britana vivaz, inteligente e inquieta— madre de Constantino, está en Tierra Santa, empeñada en encontrar las reliquias de la Cruz; se ha convertido al cristianismo no hace mucho, tras un camino difícil y tortuoso)


« Ustedes, —les dijo a los reyes magos— igual que yo, tardaron en llegar... Los pastores, y hasta el ganado, llevaban ya mucho tiempo aquí y se habían unido al coro de ángeles mientras ustedes estaban en camino. Para ustedes se relajó la primordial disciplina de los cielos y brilló entre las desconcertadas estrellas una nueva luz desafiante...

¡Con cuánto trabajo marcharon, haciendo mediciones y cálculos, mientras los pastores corrían descalzos! ¡Qué aspecto más extraño tenían en el camino, atendidos por libreas de tierras extrañas, cargados con regalos absurdos!...

Al cabo llegaron al fin de la peregrinación y la gran estrella se detuvo. ¿Y qué hicieron? Se detuvieron para visitar al rey Herodes. En ese fatal intercambio de cumplidos empezó aquella guerra no terminada del populacho y de los magistrados contra el inocente...

A pesar de todo, llegaron, y no fueron rechazados. También ustedes encontraron sitio ante el pesebre. Los regalos no eran necesarios, pero fueron aceptados y dispuestos cuidadosamente, porque habían sido traídos con amor. En aquel nuevo orden de caridad que acababa de surgir a la vida, también para ustedes hubo un lugar. A los ojos de la sagrada familia, ustedes no fueron menos que el buey o el asno...

Ustedes son mis patronos especiales, y los patronos de todos los que llegan tarde, de todos los que han tenido que hacer un tedioso viaje para llegar a la verdad, de todos los confundidos con el conocimiento y la especulación, de todos los que a través de la cortesía comparten la culpa, de todos los que están en peligro a causa de sus propios talentos...

Recen por mí, primos míos, y por mi pobre hijo sobrecargado; que también él encuentre antes del fin sitio para arrodillarse en la paja. Recen por los grandes, para que no mueran del todo. Y recen por Lactancio, y Marcias, y los jóvenes poetas de Tréveris, y por las almas de mis salvajes y ciegos antecesores; y por su astuto adversario Ulises, y por el gran Longino... Por Él, que no rechazó los regalos extravangantes, recen siempre por los hombres cultos, retorcidos y frágiles. ¡Que no se les olvide del todo en el trono de Dios cuando los simples entren en su reino! »

Tomado de la selección de textos de Hernán J. González