Wednesday, October 24, 2012

Ferdinand Leeke, ilustrador wagneriano


RHEINGOLD








DIE WALKÜRE











SIEGFRIED









GÖTTERDÄMMERUNG






RIENZI





DER FLIEGENDE HOLLÄNDER





TANNHÄUSER






LOHENGRIN











DIE MEISTERSINGER VON NÜRNBERG





TRISTAN UND ISOLDE





PARSIFAL





Saturday, September 22, 2012

Der Kuhreigen, la ópera alpina de Wilhelm Kienzl



Wilhelm Kienzl (1847-1941) es un compositor poco conocido, aunque su ópera Der Evangelimann obtuvo un notable éxito en su tiempo. Sin embargo, mucho menos conocida es Der Kuhreigen, a pesar de ser una obra de gran belleza e inspiración. En ella se mezclan de manera magnífica las melodías con aires populares, las marchas militares y  las canciones de taberna con la música del drama. Un estilo que recuerda bastante a Humperdinck, sobre todo en Der Evangelimann, con las melodías y cantos religiosos tradicionales, pero también a Siegfried Wagner, con esa mezcla de elementos dramáticos, de cuento de hadas y populares. Kienzl se inserta en esa línea de la tradición wagneriana de tipo menos colosal y trágico, más amable, con melodías más ligeras, recuperando elementos más clásicos y sin llegar a "tristanear".

Der Kuhreigen gira entorno a una canción popular alpina suiza (la Kuhreigen que da título a la obra), que los soldados tienen prohibido cantar bajo pena de muerte, pues aunque son soldados muy disciplinados, dicho canto evoca en ellos la nostalgia y añoranza de su patria y les hace querer regresar a ella. Los franceses los describen entonces, medio entre burlas, diciendo que tienen "poderosos puños y delicados sentimientos".
La acción se desarrolla en los albores de la Revolución Francesa. Cuando un soldado francés del regimiento de cazadores, entre vítores a la revolución, comienza a burlarse de Blanchefleur, la noble mujer del General, el Marqués Masimelle de la Réole de Courtroy, los suizos se escandalizan. Entonces Primus, el soldado suizo protagonista, les reprocha "¿Sois soldados y os burláis del General", ante lo cual responde el francés Favart: "Anda, ve, puedes delatarme. Vosotros los suizos sois tan monárquicos", y canta una canción burlándose de la Marquesa Blanchefleur. Entonces Primus le responde: "¿Es este el respeto que te merecen las mujeres? ¿Esto hace la nación galante? Yo, un rudo suizo, nunca me lo permitiría. ¡Averguénzate, francés!". Sosegada la disputa, los suizos llaman a Primus a sentarse entre ellos al calor del vino, y su compañero Dursel le dice: "¡Ven, siéntate Primus! Que se pelee el que quiera. Entre los suizos te encontrarás bien. Desearía haberme quedado en casa. ¡Brindemos camarada, viva lo que amamos!". Es entonces cuando comienza esta escena, que acaba con el canto de la Kuhreigen, quizá el momento más inspirado de la obra:





PRIMUS

Mira, Dursel, mira, empieza a anochecer,
mira cómo el último rayo de sol
inunda las nubes de su rojo ardor.
Allí descansa nuestra patria.
Allí entre las nubes, en el horizonte azul,
¿no es el ventisquero con sus nieves eternas?
Creo estar sentado ante la casa paterna,
soñando, en el dorado atardecer,
cuando se extiende la oscuridad por el profundo valle,
Deslizándose sobre la verde pradera.
Mira, sube hasta el cielo por valles y pastos
el son de las campanas, cual plácido salmo.
Es como si la voz de toda la humanidad 
resonase en la paz del buen Dios…

DURSEL (emocionado)

¡Oh Suiza, nada es más bello que tú!

(Profunda emoción sobrecoge a los Suizos. Algunos secan sus lágrimas. Oros miran en silencio hacia lo lejos. Suavemente, insensiblemente, Primus empieza a cantar la “Kuhreigen”.)

PRIMUS

“En Strasburg del Schanz
empezó mi dolor;
allí escuché el eco de la trompa alpina,
quise nadar hacia la patria, 
no pudo ser.”

(En la segunda estrofa el resto de los Suizos se suman al canto tarareando suavemente)

“Por la mañana temprano, a las diez, 
me emplazaron ante el regimiento; 
tuve que pedir perdón 
y recibí mi merecido, 
esto lo sé.”

FAVART (para sí)

¿Qué cantan estos tipos?
¡Diablos de infierno!
Esto es la “Kuhreigen” 
no hay la menor duda.

(Se levanta rápido y se marcha. En la tercera estrofa las voces suben insensiblemente de tono hasta que todos cantan a coro.)

PRIMUS Y LOS SUIZOS

"Vosotros, hermanos todos,
me veis hoy por última vez;
sólo es culpable el pastor,
la trompa alpina es la causa;
esta es mi queja."



Por culpa de la canción alpina, Primus es condenado a muerte como dicta la ley, pero la Marquesa Blanchefleur intercede por él pidiendo su perdón, ya que se descubre que la había defendido ante las ofensas de los soldados franceses. Entre tanto, la Revolución Francesa se pone en marcha, y Primus advierte a Blanchefleur:

"Sí, por fin ha estallado lo que durante años se ha urdido en la oscuridad. (...) ¡Oh, amable Señora, se acercan malos tiempos, se prepara algo monstruoso! Llega a su fin esta vida alegre, la chispa se transforma en una llama que llegará al cielo. ¡Oh, escuche, huya, escape del brutal incendio que asolará el mundo!".

La Marquesa comienza a enamorarse de Primus, y sueña con huir a un paraíso en la naturaleza junto a él:

"¡Ven conmigo a La Réole, buen suizo, y crea para mi un paraíso campestre! Construiremos bellas cabañas alpinas y en el prado pastarán ovejas y vacas. Ágil bailaré por los linderos, tú, melancólico y nostálgico tocarás las flauta. En la dulce paz de la pradera el rebaño escuchará tu música. En los prados trenzaremos coloridas guirnaldas. ¡Yo seré Phyllis y tú Damon! Ven conmigo a La Réole, buen suizo y enséñame a cantar tus canciones alpinas. Si son cuatro los labios que las hagan resonar por los valles serán más bellas. ¡Oh, aprovechemos el momento antes de que pase... ven conmigo a La Réole, ven, ven!"

Primus rechaza ir a las fincas de Blanchefleur, pues se enamora de ella y no aguantaría tenerla cerca y lejos a la vez, pues allí vive ella con su esposo el Marqués de la Réole. Entonces se separan.

La Revolución avanza, y acaba cobrándose como víctima al Marqués. Entre tanto, Blanchefleur es también capturada, y encerrada en unas lóbregas mazmorras a la espera también de su ejecución. Casualmente, Primus la encuentra y se presta a salvarla, pero el destino no quiere que ella viva en la nueva sociedad revolucionaria que surge del terror, y se despide de Primus:

"Regresarás al país de los suizos, en Francia no florecen para ti ni felicidad ni honra. Allí cantarás las melodías de la patria y te acordarás de la pobre Blanchefleur, la que te libró de la muerte, de la amarga muerte a la que ella más tarde se entregó. (Se le quiebra la voz en la garganta pero se repone rápidamente) ¡Adiós!"





Aquí pueden escucharse Varios Fragmentos más de la obra.