Thursday, October 20, 2005

Poesía romántica (parte III)

Lepanto
G.K. Chesterton
Blancos los surtidores en los patios del sol;
El Sultán de Estambul se ríe mientras juegan.
Como las fuentes es la risa de esa cara que todos temen,
Y agita la boscosa oscuridad, la oscuridad de su barba,
Y enarca la media luna sangrienta, la media luna de sus labios,
Porque al más íntimo de los mares del mundo lo sacuden sus barcos.
Han desafiado las repúblicas blancas por los cabos de Italia,
Han arrojado sobre el León del Mar el Adriático,
Y la agonía y la perdición abrieron los brazos del Papa,
Que pide espadas a los reyes cristianos para rodear la Cruz.
La fría Reina de Inglaterra se mira en el espejo;
La sombra de los Valois bosteza en la Misa;
De las irreales islas del ocaso retumban los cañones de España,
Y el Señor del Cuerno de Oro se está riendo en pleno sol.
Laten vagos tambores, amortiguados por las montañas,
Y sólo un príncipe sin corona, se ha movido en un trono sin nombre,
Y abandonando su dudoso trono e infamado sitial,
El último caballero de Europa toma las armas,
El último rezagado trovador que oyó el canto del pájaro,
Que otrora fue cantando hacia el sur, cuando el mundo entero era joven.
En ese vasto silencio, diminuto y sin miedo
Sube por la senda sinuosa el ruido de la Cruzada.
Mugen los fuertes gongs y los cañones retumban,
Don Juan de Austria se va a la guerra.
Forcejean tiesas banderas en las frías ráfagas de la noche,
Oscura púrpura en la sombra, oro viejo en la luz,
Carmesí de las antorchas en los atabales de cobre.
Las clarinadas, los clarines, los cañones y aquí está él.
Ríe Don Juan en la gallarda barba rizada.
Rechaza, estribando fuerte, todos los tronos del mundo,
Yergue la cabeza como bandera de los libres.
Luz de amor para España ¡hurrá!
Luz de muerte para África ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Cabalga hacia el mar.
Mahoma está en su paraíso sobre la estrella de la tarde
(Don Juan de Austria va a la guerra.)
Mueve el enorme turbante en el regazo de la hurí inmortal,
Su turbante que tejieron los mares y los ponientes.
Sacude los jardines de pavos reales al despertar de la siesta,
Y camina entre los árboles y es más alto que los árboles,
Y a través de todo el jardín la voz es un trueno que llama
A Azrael el Negro y a Ariel y al vuelo de Ammon:
Genios y Gigantes,
Múltiples de alas y de ojos,
Cuya fuerte obediencia partió el cielo
Cuando Salomón era rey.
Desde las rojas nubes de la mañana, en rojo y en morado se precipitan,
Desde los templos donde cierran los ojos los desdeñosos dioses amarillos;
Ataviados de verde suben rugiendo de los infiernos verdes del mar
Donde hay cielos caídos, y colores malvados y seres sin ojos;
Sobre ellos se amontonan los moluscos y se encrespan los bosques grises del mar,
Salpicados de una espléndida enfermedad, la enfermedad de la perla;
Surgen en humaredas de zafiro por las azules grietas del suelo,
-Se agolpan y se maravillan y rinden culto a Mahoma.
Y él dice: Haced pedazos los montes donde los ermitaños se ocultan,
Y cernid las arenas blancas y rojas para que no quede un hueso de santo
Y no déis tregua a los rumíes de día ni de noche,
Pues aquello que fue nuestra aflicción vuelve del Occidente.
Hemos puesto el sello de Salomón en todas las cosas bajo el sol
De sabiduría y de pena y de sufrimiento de lo consumado,
Pero hay un ruido en las montañas, en las montañas y reconozco
La voz que sacudió nuestros palacios -hace ya cuatro siglos:
¡Es el que no dice "Kismet"; es el que no conoce el Destino,
Es Ricardo, es Raimundo, es Godofredo que llama!
Es aquel que arriesga y que pierde y que se ríe cuando pierde;
Ponedlo bajo vuestros pies, para que sea nuestra paz en la tierra.
Porque oyó redoblar de tambores y trepidar de cañones.
(Don Juan de Austria va a la guerra)
Callado y brusco -¡hurrá!
Rayo de Iberia
Don Juan de Austria
Sale de Alcalá.
En los caminos marineros del norte, San Miguel está en su montaña.
(Don Juan de Austria, pertrechado, ya parte)
Donde los mares grises relumbran y las filosas marcas se cortan
Y los hombres del mar trabajan y las rojas velas se van.
Blande su lanza de hierro, bate sus alas de piedra;
El fragor atraviesa la Normandía; el fragor está solo;
Llenan el Norte cosas enredadas y textos y doloridos ojos
Y ha muerto la inocencia de la ira y de la sorpresa,
Y el cristiano mata al cristiano en un cuarto encerrado
Y el cristiano teme a Jesús que lo mira con otra cara fatal
Y el cristiano abomina de María que Dios besó en Galilea.
Pero Don Juan de Austria va cabalgando hacia el mar,
Don Juan que grita bajo la fulminación y el eclipse,
Que grita con la trompeta, con la trompeta de sus labios,
Trompeta que dice ¡ah!
¡Domino Gloria!
Don Juan de Austria
Les está gritando a las naves.
El rey Felipe está en su celda con el Toisón al cuello
(Don Juan de Austria está armado en la cubierta)
Terciopelo negro y blando como el pecado tapiza los muros
Y hay enanos que se asoman y hay enanos que se escurren.
Tiene en la mano un pomo de cristal con los colores de la luna,
Lo toca y vibra y se echa a temblar
Y su cara es como un hongo de un blanco leproso y gris
Como plantas de una casa donde no entra la luz del día,
Y en ese filtro está la muerte y el fin de todo noble esfuerzo,
Pero Don Juan de Austria ha disparado sobre el turco.
Don Juan está de caza y han ladrado sus lebreles-
El rumor de su asalto recorre la tierra de Italia.
Cañón sobre cañón, ¡ah, ah!
Cañón sobre cañón, ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Ha desatado el cañoneo.
En su capilla estaba el Papa antes que el día o la batalla rompieran.
(Don Juan está invisible en el humo)
En aquel oculto aposento donde Dios mora todo el año,
Ante la ventana por donde el mundo parece pequeño y precioso.
Ve como en un espejo en el monstruoso mar del crepúsculo
La media luna de las crueles naves cuyo nombre es misterio.
Sus vastas sombras caen sobre el enemigo y oscurecen la Cruz y el Castillo
Y velan los altos leones alados en las galeras de San Marcos;
Y sobre los navíos hay palacios de morenos emires de barba negra;
Y bajo los navíos hay prisiones, donde con innumerables dolores,
Gimen enfermos y sin sol los cautivos cristianos
Como una raza de ciudades hundidas, como una nación en las ruinas,
Son como los esclavos rendidos que en el cielo de la mañana
Escalonaron pirámides para dioses cuando la opresión era joven;
Son incontables, mudos, desesperados como los que han caído o los que huyen
De los altos caballos de los Reyes en la piedra de Babilonia.
Y más de uno se ha enloquecido en su tranquila pieza del infierno
Donde por la ventana de su celda una amarilla cara lo espía,
Y no se acuerda de su Dios, y no espera un signo-
(¡Pero Don Juan de Austria ha roto la línea de batalla!)
Cañonea Don Juan desde el puente pintado de matanza.
Enrojece todo el océano como la ensangrentada chalupa de un pirata,
El rojo corre sobre la plata y el oro.
Rompen las escotillas y abren las bodegas,
Surgen los miles que bajo el mar se afanaban
Blancos de dicha y ciegos de sol y alelados de libertad.
¡Vivat Hispania!
¡Domino Gloria!
¡Don Juan de Austria
Ha dado libertad a su pueblo!
Cervantes en su galera envaina la espada
(Don Juan de Austria regresa con un lauro)
Y ve sobre una tierra fatigada un camino roto en España,
Por el que eternamente cabalga en vano un insensato caballero flaco,
Y sonríe (pero no como los Sultanes), y envaina el acero...
(Pero Don Juan de Austria vuelve de la Cruzada.)


SEXTINA: ALTAFORTE
Ezra Pound

HABLA: Bertran de Born.
Dante Alighieri puso a este hombre en el infierno
porque siempre estaba buscando pelea.
Eccovi!
Juzgad vosotros:
¿Lo he sacado de la tumba?
La escena ocurre en su castillo, Altaforte. «Papiols» es su juglar.
«El Leopardo» es el emblema de Ricardo Corazón de León.

I
¡Maldición! Todo este sur apesta a paz.
¡Perro hijo de puta, Papiols, ven! ¡Que haya música!
Tan solo vivo cuando chocan las espadas.
Pero ¡ah!, cuando veo enfrentarse a los estandartes de
oro, púrpura y marta cebellina,
y a los anchos campos volverse carmesíes debajo de ellos,
entonces aúllo hasta que mi corazón casi enloquece de regocijo.

II
En el cálido verano tengo gran regocijo
cuando las tempestades matan la paz hedionda de la
tierra
y los relámpagos del cielo negro resplandecen carmesíes,
y los truenos feroces me rugen su tonada
y los vientos chillan entre las nubes enloquecidas,
enfrentados,
y por todos los cielos hendidos chocan las espadas de
Dios.

III
¡Quiera el infierno que pronto oigamos chocar de nuevo
las espadas!
¡Y el relincho frenético de los destreros regodeándose
en la batalla,
enfrentando entre sí sus petos erizados de púas!
¡Más vale una hora de combate que un año de paz
con comidas grasientas, alcahuetas, vino y delicada
música
¡Bah! ¡No hay vino como la sangre carmesí!

IV
Me encanta ver salir el sol carmesí como la sangre.
Y contemplo cómo sus lanzas chocan con la oscuridad
y me llena el corazón de regocijo
y la boca se me llena de música disoluta
cuando así lo veo burlarse y desafiar la paz,
su voluntad solitaria enfrentada a toda la oscuridad.

V
El hombre que teme la guerra y se atrinchera
oponiéndose
a mis palabras en pro de la batalla, ese no tiene sangre
carmesí,
sino que solamente sirve para pudrirse en la paz
mujeril, lejos de donde se gana el honor y las espadas chocan.
Por la muerte de esas furcias yo siento gran alegría;
oh, sí, y el aire lo lleno con mi música.

VI
¡Papiols, Papiols! ¡Que haya música!
No hay otro ruido como espadas contra espadas,
no hay grito como el regocijo de la batalla
cuando nuestros codos y espadas gotean carmesí
y nuestras embestidas chocan con la carga del
«Leopardo».
¡Que Dios maldiga por siempre a los que piden «Paz»!

VII
¡Y que la música de las espadas las vuelva carmesíes!
¡Quiera el infierno que oigamos nuevamente chocar las
espadas!
¡Que el infierno tiña de negro por siempre el mero
pensamiento «Paz»!


ORACIÓN
Ezra Pound

Gran Dios, si estamos condenados a ser, apenas, sueños
permite que nuestros sueños hagan temblar al mundo
y que así, soñando, seamos los dueños del orbe.
Deja que seamos las sombras que conmuevan al mundo
y que nos apoderemos de éste, aún sabiendo bien
que, nosotros los sueños, somos unas sombras.
Dios Todo-Poderoso, si los hombres son como espectros,
pálidos y enfermos que han de vivir habitando en estas
brumosas penumbras, temblando la amenaza de las sombras
e intentan alumbrarla acelerando el paso para alejarla;
Sí tus hijos, oh gran Dios, son finezas tan efímeras,
te pido, desde dentro, que traigas el caos destructor
y que engendres algún nuevo linaje de buenos titanes
que amontone las colinas y anime otra vez la tierra.

Cimmeria.

Robert E. Howard

Recuerdo
Los bosques oscuros, que ocultaban laderas de sombrías colinas;
el arco plomizo y perenne de las nubes grisáceas;
los oscuros arroyos que fluían en completo silencio.
y los vientos solitarios que susurraban por los pasos.


Paisaje sobre paisaje, colinas sobre colinas,
ladera tras ladera, tapizadas todas de árboles tétricos,
se extiende nuestra severa tierra. Tanto que, cuando un hombre
coronaba un picacho y miraba, cubriéndose los ojos,
no veía sino paisaje sobre paisaje, colina sobre colina
ladera tras ladera, encapuchadas todas, como sus hermanas.

Era una tierra sombría que parecía albergar
todos los vientos, las nubes y los sueños que rehuyen la luz del sol,
de ramas desnudas que estremecían los solitarios vientos,
presidida toda ella por las lúgubres florestas,
que ni alcanzaba a iluminar ese raro visitante, el sol
que cosía sombras menudas a las figuras de los hombres; la llamaban
Cimmeria, tierra de Oscuridad y de profunda Noche.

Fue hace tanto, y tan lejos
que he olvidado el nombre por el que me llamaban.
El hacha y la lanza de punta de piedra son como un sueño,
las cacerías y las guerras, sombras. Recuerdo
solo la quietud de esta tierra sombría;
las nubes que se apiñaban sobre las colinas;
el crepúsculo de los bosques interminables.
Cimmeria, tierra de la Oscuridad y de la Noche.

Oh, alma mía, nacida entre colinas oscuras,
entre nubes y vientos y fantasmas que rehuyen el sol.
¿Cuántas muertes necesitarás para quebrar al fin
esta heredad que me envuelve en la gris
mortaja de los fantasmas? Busco en mi corazón y encuentro a
Cimmeria, tierra de la Oscuridad y de la Noche.


NOTA: Escrito en Mission, Texas, febrero de 1932; sugerido por la visión de las colinas que se alzan sobre Fredricksburg bajo la neblina de un chaparrón invernal. ROBERT E. HOWARD.

Wednesday, October 19, 2005

Poesía romántica (parte II, prosa poética)

Las penas del joven Werther (fragmentos)
Johann Wolfgang von Goethe

Sí; yo no soy otra cosa que un viajero, un peregrino en el mundo. ¿Y tú? ¿Eres algo más?
(...)
¿Qué es, pues, el hombre, ese semidiós tan ensalzado? ¿No le faltan las fuerzas cuando más las necesita? Y cuando bate sus alas en el cielo de los placeres, lo mismo que cuando se sumerge en la desesperación, ¿no se ve siempre detenido y condenado a convencerse de que es débil y pequeño, él, que esperaba perderse en lo infinito?
(...)
Anoche salí. Sobrevino súbitamente el deshielo y supe que el río había salido de madre, que todos los arroyos de Wahlheim corrían desbordados y que la inundación era completa en mi querido valle. Me dirigí a él cuando rayaba la media noche, y presencié un espectáculo aterrador. Desde la cumbre de una roca vi, a la claridad de la luna, revolverse los torrentes por los campos, por las praderas y entre los vallados, devorándolo y sumergiéndolo todo; vi desaparecer el valle; vi, en su lugar, un mar rugiente y espumoso, azotado por el soplo de los huracanes. Después, profundas tinieblas; después, la luna, que aparecía de nuevo para arrojar una siniestra claridad sobre aquel soberbio e imponente cuadro. Las olas rodaban con estrépito..., venían a estrellarse a mis pies violentamente... Un extraño temblor y una tentación inexplicable se apoderaron de mí. Me encontraba allí con los brazos extendidos hacia el abismo, acariciando la idea de arrojarme en él. Sí, arrojarme y sepultar conmigo en su fondo mis dolores y sufrimientos. Pero ¡ay!, ¡qué desgraciado soy! No tuve fuerzas para concluir de una vez con mis males; mi hora no ha llegado todavía, lo conozco. ¡Ah, Guillermo!, ¡con qué placer hubiera dado esta pobre vida humana para confundirme con el huracán, rasgar con él los mares y agitar sus olas! ¡Ah!, ¿no alcanzaremos nunca esta dicha los que nos consumimos en nuestra prisión?
¡Qué tristeza se apoderó de mí cuando mis ojos se fijaron en el sitio donde había descansado con Carlota, bajo un sauce, después de un largo paseo! También allí había llegado la inundación, y a duras penas pude distinguir la copa del sauce. Pensé entonces en la casa de Carlota, en sus prados... El torrente debía de haber arrancado también nuestros pabellones y destruído nuestros lechos de césped. Un luminoso rayo del pasado brilló delante de mi alma, como brilla en los sueños de un cautivo una ola de luz que le finge praderas, ganados o grandezas de la vida. Yo estaba allí, de pie... ¡ah!, ¿es que me falta valor para morir? Yo debía... Y, sin embargo, heme aquí como una pobre vieja que recoge del suelo sus andrajos y va, de puerta en puerta, pidiendo pan para sostener y prolongar un instante más su miserable vida.



Hiperión (fragmento)
Friedrich Hölderlin

¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo.
Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno de mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los inclino hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos, como si se disolviera el dolor de la soledad en la vida de la divinidad.
Ser uno con todo, ésa es la vida de la divinidad, ése es el cielo del hombre.
Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la naturaleza, ésta es la cima de los pensamientos y alegría, ésta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes.
¡Ser uno con todo lo viviente! Con esta consigna, la virtud abandona su airada armadura y el espíritu del hombre su cetro, y todos los pensamientos desaparecen ante la imagen del mundo eternamente uno, como las reglas del artista esforzado ante su Urania, y el férreo destino abdica de su soberanía, y la muerte desaparece de la alianza de los seres, y lo imposible de la separación y la juventud eterna dan felicidad y embellecen al mundo.
A menudo alcanzo esa cumbre, Belarmino. Pero un momento de reflexión basta para despeñarme de ella. Medito, y me encuentro como estaba antes, solo, con todos los dolores propios de la condición mortal, y el asilo de mi corazón, el mundo eternamente uno, desaparece; la naturaleza se cruza de brazos, y yo me encuentro ante ella como un extraño, y no la comprendo.
¡Ojalá no hubiera ido nunca a vuestras escuelas! La ciencia, a la que perseguí a través de las sombras, de la que esperaba, con la insensatez de la juventud, la confirmación de mis alegrías más puras, es la que me ha estropeado todo.
En vuestras escuelas es donde me volví tan razonable, donde aprendí a diferenciarme de manera fundamental de lo que me rodea; ahora estoy aislado entre la hermosura del mundo, he sido así expulsado del jardín de la naturaleza, donde creacía y florecía, y me agosto al sol del mediodía.
¡Oh, sí! El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, y cuando el entusiasmo desaparece, ahí se queda, como un hijo pródigo a quien el padre echó de casa, contemplando los misarables céntimos con que la compasión alivió su camino.


Walden, la vida en los bosques (fragmento)
Henry David Thoreau

Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que yo mismo había construido, a orillas de la laguna de Walden en Concord (Massachusetts), y me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos. En ella viví dos años y dos meses. Ahora soy de nuevo un morador en la vida civilizada.
(...)

¡Ah! ¡Cuántos días de otoño y de invierno pasé en las afueras de la villa, tratando de oír lo que había en el viento, de escucharlo y manifestarlo prontamente! Casi naufragó en ello todo mi capital y perdí mi propia respiración en la empresa. Si hubiera ello concernido a alguno de los partidos políticos, pueden estar seguros de que habría aparecido en el periódico entre las noticias más importantes. Otras veces miraba desde el observatorio de algún árbol o roca, para poder telegrafiar la noticia de la llegada de alguien, o esperaba al atardecer sobre la cima de una colina que el cielo se cayera y yo pudiera apoderarme de algo, aunque nunca me apoderé de mucho, y eso, al igual que el maná, se disolvía en el sol.
Durante un largo tiempo fui cronista de un diario cuya circulación no era muy grande, y el editor hasta ahora no ha encontrado propicias para ser publicadas la mayoría de mis colaboraciones, y como ocurre generalmente a los escritores, sólo obtuve dolores a cambio de mis esfuerzos. De todas formas, en este caso mis esfuerzos fueron su propia recompensa.
Durante muchos años fui inspector (nombrado por mí mismo) de tormentas de lluvia y nieve, y cumplí fielmente con mi deber; inspector, no de los caminos reales, sino de los senderos del bosque y de los que cruzaban los terrenos, a los que mantenía abiertos y viables en todas las épocas del año; las pisadas del público han dejado en ellos un testimonio de su utilidad.
(...)
Todas las mañanas eran una cariñosa invitación para hacer mi vida con igual sencillez, y puedo decir con igual inocencia, que la misma Naturaleza. He sido un adorador de la aurora, tan sincero como los griegos. Me levantaba temprano y me bañaba en la laguna: era un ejercicio religioso y una de las mejores cosas que hacía. Dicen que en la bañera del rey Tching-Thang estaban esculpidos caracteres que decían: "Renuévate completamente todos los días; hazlo de nuevo y de nuevo y siempre de nuevo." Puedo comprenderlo. La mañana nos trae otra vez las épocas heroicas. Me afectaba tanto el desmayado zumbido de un mosquito dando su vuelta invisible e inimaginable por mi habitación en la temprana aurora, cuando yo estaba sentado con la puerta y ventanas abiertas, como pudiera hacerlo por cualquier trompeta que alguna vez cantó la fama. Era el réquiem de Homero; eran la Ilíada y la Odisea en el aire, cantando sus propias iras y deambulaciones. Había algo de cósmico en ello; un anuncio permanente del eterno vigor y fertilidad del mundo.
(...)
Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido. No quería vivir lo que no fuera la vida; ¡es tan hermoso el vivir!; tampoco quise practicar la resignación, a no ser que fuera absolutamente necesaria. Quise vivir profundamente y extraer toda la médula de la vida, vivir en forma tan dura y espartana como para derrotar todo lo que no fuera vida, cortar una amplia ringlera al ras del suelo, llevar la vida a un rincón y reducirla a sus menores elementos, y si fuera mezquina, obtener toda su genuina mezquindad y dar a conocer su mezquindad al mundo, o si fuera sublime, saberlo por propia experiencia y poder dar un verdadero resumen de ello en mi próxima salida.

Sunday, October 16, 2005

Poesía romántica (parte I)

Erlkönig
Johann Wolfgang von Goethe

¿Quién cabalga tan tarde a través del viento y la noche?
Un padre con su hijo, lo lleva seguro y caliente,
al resguardo de su regazo fiel.

- Hijo mío ¿por qué escondes tu asustado rostro?
- ¿Es el Rey de los Silfos, oh padre, tú no lo ves? -
¿El Rey de los Silfos con su corona y manto?
¡Son alucinaciones hijo, que la niebla te hace ver!

¡Oh lindo niño, anda, ven conmigo!
Verás que juegos alegres te enseñaré.
¡Y qué flores tan extrañas florecen en mi orilla,
con las que mi madre hace dorados ramilletes!

- Padre mío, padre mío, ¿no oyes tú las promesas
con las que el rey de los Silfos pretende atraerme?
- No hagas caso, hijo mío es la fronda seca del árido
bosque, agitada por el cierzo.

- Lindo niño, ¿no quieres venir a mi palacio?
Te aguardan mis hermosas hijas en la entrada.
Cada una, en la noche, arrullará tu sueño
y sabrán entretejer sus danzas y cantos,

- Padre mío, padre mío, ¿no ves allá en la sombra,
resplandecer las bellas hijas del monarca?
- Hijo mío, no hagas caso, es la difusa espesura,
lo veo bien y no hay nada más.

- Niño hermoso, amo tu belleza divina;
si no vienes por las buenas, emplearé la fuerza.
- Padre mío, padre mío, ¡mira cómo me aferra!
me lastiman sus manos. ¡Defiéndeme padre!

Atemorizado el padre clava las espuelas a su caballo,
aprieta contra su pecho al lloroso niño,
por fin llega al portal de su casona.
Mira, y en sus brazos el niño está muerto.





Nostalgia de la muerte
(Fragmento de Himnos a la noche)
Novalis

Descendamos al seno de la Tierra,
dejemos los imperios de la Luz;
el golpe y el furor de los dolores
son la alegre señal de la partida.
Veloces, en angosta embarcación,
a la orilla del Cielo llegaremos.
Loada sea la Noche eterna;
sea loado el Sueño sin fin.
El día, con su Sol, nos calentó,
una larga aflicción nos marchitó.
Dejó ya de atraernos lo lejano,
queremos ir a la casa del Padre.
¿Qué haremos, pues, en este mundo,
llenos de Amor y de fidelidad?
El hombre abandonó todo lo viejo;
ahora va a estar solo y afligido.
Quien amó con piedad el mundo pasado
no sabrá ya qué hacer en este mundo.
Los tiempos en que aún nuestros sentidos
ardían luminosos como llamas;
los tiempos en que el hombre conocía
el rostro y la mano de su padre;
en que algunos, sencillos y profundos,
conservaban la impronta de la Imagen.
Los tiempos en que aún, ricos en flores,
resplandecían antiguos linajes;
los tiempos en que niños, por el Cielo,
buscaban los tormentos y la muerte;
y aunque reinara también la alegría,
algún corazón se rompía de Amor.
Tiempos en que, en ardor de juventud,
el mismo Dios se revelaba al hombre
y consagraba con Amor y arrojo
su dulce vida a una temprana muerte,
sin rechazar angustias y dolores,
tan sólo por estar a nuestro lado.
Medrosos y nostálgicos los vemos,
velados por las sombras de la Noche;
jamás en este mundo temporal
se calmará la sed que nos abrasa.
Debemos regresar a nuestra patria,
allí encontraremos este bendito tiempo.
¿Qué es lo que nos retiene aún aquí?
Los amados descansan hace tiempo.
En su tumba termina nuestra vida;
miedo y dolor invaden nuestra alma.
Ya no tenemos nada que buscar
–harto está el corazón–, vacío el mundo.
De un modo misterioso e infinito,
un dulce escalofrío nos anega,
como si de profundas lejanías
llegara el eco de nuestra tristeza:
¿Será que los amados nos recuerdan
y nos mandan su aliento de añoranza?
Bajemos a encontrar la dulce Amada,
a Jesús, el Amado, descendamos.
No temáis ya: el crepúsculo florece
para todos los que aman, para los afligidos.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos sumerge en el seno del Padre.


Enrique de Ofterdingen (Fragmento. Cap. IV)
Novalis

¡El Santo Sepulcro, en manos paganas;
la tumba donde yace el Salvador
sufriendo ultrajes y escarnios,
siendo violada todos los días!
Con voz sorda suena su llamada:
«¿Quién va a librarme de esta saña?»
¿Dónde están sus héroes y sus caballeros?
¡Desapareció ya la Cristiandad!
¿Quién devolverá a los hombres la fe?
¿Quién llevará la Cruz en estos tiempos?
¿Quién romperá estas cadenas de ignominia
y libertará el Santo Sepulcro?
Se levanta, de noche, en mar y en Tierra
sagrada, violenta tempestad.
Quiere despertar al que duerme indolente,
azota el campamento, la ciudad y el castillo;
un grito de dolor en todas las almenas:
«¡En pie, perezoso cristiano; sal de tu casa ya!»
Por todas partes ángeles se ven
con rostros tristes y silenciosos.
Ante las puertas, los peregrinos
–las lágrimas surcan sus mejillas–,
con tristeza, se lamentan
de la crueldad de los sarracenos.
Una mañana, roja y triste, se levanta
en el amplio país de los cristianos;
el tormento de la pena y del amor
empieza a brotar en todas las almas:
toman todos la Cruz, toman la espada,
y salen enardecidos de su hogar.
Un celo ardiente ruge en los ejércitos:
hay que librar el sepulcro del señor.
Su alegre impaciencia les empuja hacia el mar,
para llegar muy pronto a los Santos Lugares.
Hasta los niños acuden corriendo
para juntarse a este sagrado ejército.
La Cruz ondea en lo alto, en el glorioso estandarte;
los viejos héroes caminan delante;
las puertas santas del Paraíso
se abren para acoger a los piadosos guerreros:
todos quieren participar de la gran dicha
de derramar su sangre por Cristo.
¡A la guerra, cristianos! Las huestes divinas
entrarán con nosotros en la Tierra Prometida;
muy pronto sentirá el furor de los paganos
el temible castigo de la diestra de Dios;
y con ánimo alegre lavaremos entonces
el Sagrado Sepulcro con sangre de paganos.
Llevada por los ángeles, la Virgen santa
planea por encima de la horrible batalla,
y aquel a quien la espada ha derribado
se despierta en los brazos de su Madre.
Con rostro iluminado ella se inclina
hacia este mundo, en que resuenan las armas.
¡Adelante! ¡A los Santos Lugares!,
resuena sorda la voz del Sepulcro.
Pronto, con la victoria y la oración,
será lavado el pecado del hombre.
El reino de los paganos terminará, por fin,
cuando el Sepulcro se encuentre en nuestras manos.



Muerte por la patria
Friedrich Hölderlin


¡Llegas, oh batalla! De las colinas
bajan al valle oleadas de jóvenes
para enfrentar a los insolentes invasores,
seguros de su arte y de su brazo.
Pero más segura que todo,


el alma de los jóvenes se abate sobre ellosm
pues los justos pegan como magos
y sus cantos patrióticos
paralizan las rodillas de los infames.

¡Recibidme, recibidme en vuestras filas,
no quiero morir un día de vil muerte!
Morir inútilmente me horroriza;
pero sí caer en el altar de la patria,

desangrar mi corazón por la patria.
Pronto esto será un hecho. Aquí estoy,
yendo hacia vosotros, camaradas,
que me enseñasteis a vivir y a morir.
¡Sí, ya bajo a la batalla!

¡Cuántas veces bajo el sol tuve sed
de veros, héroes y poetas de otros tiempos!
Ahora acoged como amigo al humilde extranjero
y seremos unos de otros hermanos.

Ya llegan los heraldos de la Victoria:
¡La batalla es nuestra! Sigue viendo
en lo alto de la luz, oh patria,
y no cuentes los muertos. Porque por ti,
ni uno solo de más ha caído.