Monday, February 12, 2007

La Edad Media - Hilaire Belloc

He dicho en el capítulo anterior que la Edad Oscura puede compararse a un largo sueño de Europa; un letargo que se inicia en la fatiga de la vieja sociedad, en el siglo V, y que termina en la primavera y surgimiento de los siglos XI y XII. La metáfora, por supuesto, es muy simple, porque ese sueño fué un sueño de guerra, y durante esos siglos, Europa se encontraba manteniendo desesperadamente sus posiciones contra el ataque de todas aquellas fuerzas que deseaban destruirlas: el Islam, ardiente y refinado, por el Sud; los bárbaros paganos analfabetos, por el Este y por el Norte. De todos modos, Europa fué relevada o despertada de su sueño.
He dicho que tres grandes fuerzas, humanamente hablando, operaron el milagro: la personalidad de San Gregorio VII, la breve aparición -debida a un feliz accidente- del Estado normando, y finalmente, las Cruzadas.


Los normandos de la Historia, los verdaderos normandos franceses que conocemos, se agitan en el panorama histórico una generación después del año 1000. San Gregorio fué de esa misma generación. Cuando se inició el esfuerzo normando, era un joven; murió, después de realizar una gran obra, en 1085. Y en la medida en que puede hacerlo un hombre solo, él, el heredero de Cluny, rehizo a Europa. Inmediatamente después de su muerte se oyó hablar de las Cruzadas. De estos tres hechos procede el vigor de una Europa joven, fresca y renovada.

Mucho más pudiera añadirse. Esa época fué iluminada y clarificada por la constante carga caballeresca contra el musulmán. El Asia fué rechazada de los Pirineos, y a través de los pasos de los Pirineos cabalgaron siempre los grandes aventureros cristianos. Los vascos -un pueblo pequeño y extraño- fueron el corazón de la reconquista, pero el valle del torrente de Aragón fué su canal. La vida de San Gregorio es contemporánea de la vida del Cid Campeador. Y en el mismo año de la muerte de San Gregorio, Toledo, el sagrado centro de España, fue arrancada de manos de los mahometanos y de sus aliados los judíos, y conservada firmemente. Todo el sud de Europa vivió espada en mano.
En ese preciso instante aparece el romance: las grandes canciones, la mayor de todas, la Canción de Rolando; fermentó entonces la mente europea, anhelante después del letargo, penetrando en campos inexplorados. Y el escepticismo alerta que flanquea y acompaña la marcha de la Fe cuando ésta se muestra más vigorosa comenzó también a hacerse oír.
Hubo hasta una expansión allende los límites orientales, y fué reclamada una parte de la infructífera llanura báltica. Despertaron las letras y la filosofía. Había de aparecer pronte el mayor de sus exponentes: Santo Tomás de Aquino. Brotaron las artes plásticas, el color y la piedra. Retornó en pleno la sátira, y los largos viajes, y la contemplación. En general, el momento era de expectación y adelanto: la primavera.

Pero siguiendo el objeto de estas páginas debo dirigir la atención del lector a esas tres fuentes tangibles de la nueva Europa que, como ya he dicho, fueron los normandos, San Gregorio VII y las Cruzadas.
De los normandos podemos decir que en la Historia desempeñan un papel parecido al de las mirae o estrellas nuevas, que resplandecen de pronto en la oscuridad del cielo nocturno por unas horas, semanas o años y se pierden luego o se confunden en la infinitud de todas las cosas. No será historiador, en verdad, quien pretenda que Guillermo el Conquistador, organizador y creador de lo que hoy llamamos Inglaterra; Roberto el Diablo, conquistador de las Sicilias; o cualquiera de los grandes nombres normandos que iluminan a Europa en los siglos XI y XII, hayan sido parcialmente escandinavos. Fueron galos; de corta estatura, de lúcido designio, de golpe vigoroso y de filosofía positiva. No tenían relación alguna con el norteño, alto, suave y sentimental, de quien sus remotos antecesores llevaban su nombre ancestral.
(...)
Hablaré ahora del Papado y de las Cruzadas.
San Gregorio VII, la segunda de las grandes fuerzas regeneradoras de la época, era de estirpe toscana campesina, de tipo etrusco, y, en consecuencia, de habla italiana. Su nombre era Hildebrando. Entender su carrera es la piedra de toque para saber si el historiador entiende la naturaleza de Europa. Porque San Gregorio VII no impuso nada en Europa. No hizo nada nuevo. Reforzó tan sólo el ideal con la realidad. Provocó una resurrección del cuerpo: unió la Iglesia centralizada con el Occidente.

Por ejemplo, por ese entonces era ideal de doctrina y tradición, costumbre inmemorial, que el clero fuera célibe. San Gregorio hizo del celibato eclesiástico disciplina universal.
La tremenda majestad del Papado se imponía a la mente humana como una vasta concepción política, desde hacía tiempo inmemorial. San Gregorio organizó esa monarquía y le dió instrumentos de gobierno propios.

La unidad de la Iglesia había sido la imagen constante sin la cual no podía entenderse la existencia de la Cristiandad: San Gregorio hizo que esa unidad fuera tangible y visible. Los historiadores protestantes, que en su mayoría ven en el hombre un fenómeno esporádico, dejan al descubierto por medio de esa errónea interpretación el origen de su anemia cerebral, y prueban que la fuente de su alimento intelectual no procede de la fuente de la vida de Europa. San Gregorio no fué un inventor, sino un renovador. No trabajó sobre su material, sino dentro de él; y su material fué la naturaleza de Europa: nuestra naturaleza.



Llena está la Historia de los abrumadores obstáculos que hombres como él habían de encontrar. Están en lucha no sólo contra el mal sino también contra la incercia y con los intereses locales, la visión confusa y los horizontes limitados. Siempre se consideran derrotados, como se considero derrotado San Gregorio al morir. Y siempre demuestran a la posteridad que han hecho mucho más que cualquier otro hombre. La Europa que dejó a su muerte San Gregorio fué el monumento de ese triunfo de cuya consumación él dudara. Y el temor de ese fracaso le hizo decir al morir: He amado la justicia y odiado la iniquidad; por eso muero en el destierro.
Inmediatamente después de su desaparición tuvo lugar el estupendo esfuero galo de las Cruzadas. Las Cruzadas fueron el segundo de los grandes alzamientos armados de los galos. La primera, siglos atrás, había sido la invasión gala de Italia y Grecia y de las costas del Mediterráneo, en los antiguos tiempos paganos. La tercera, siglos después, había de ser la ola de la Revolución y de Napoleón.


El prefacio de las Cruzadas fué escrito en las interminables y ya triunfantes guerras libradas en España por la Cristiandad contra el Asia. Éstas habían enseñado el entusiasmo y el método por medio del cual podía rechazarse con lentitud al Asia, que durante tanto tiempo y en su plenitud había sitiado a Europa. De éstas procedían la ciencia militar y la aptitud para sufrir el cansancio que hizo posible la marcha de 2.000 millas sobre Tierra Santa. Las consecuencias de este tercer y último factor en el renacimiento de Europa son tantas, que sólo puedo dar de ellas una lista.
El Occidente, aun primitivo, descubrió por conducto de las Cruzadas la gran cultura, la acumulada riqueza, las fijas tradiciones civilizadas del Imperio Griego y de la ciudad de Constantinopla. Y descubrió también, en una nueva y vívida experiencia, el Oriente. El solo hecho de recorrer tantas tierras, el solo hecho de ver tantos lugares, tantos hombres, expandió y rompió las murallas de la mente de la Edad Oscura.

El Mediterráneo se cubrió de naves cristianas, y recobró con fértil rapidez su puesto de gran ruta de intercambio.
Europa despertó. Toda la arquitectura se transforma y surge un estilo totalmente nuevo: el gótico. Aparece entre las instituciones de la Cristiandad la concepción de los parlamentos representativos, de origen monástico, transportada con éxito al orden civil. Surgen las lenguas vernáculas y con ellas los comienzos de nuestra literatura: el toscano, el castellano, la langue d`Oc, el francés del norte, y algo después, el inglés. Aun aquellas lenguas primitivas que habían conservado siempre su vitalidad desde épocas inmemoriales, el celta y el germano, adquieren nuevas fuerzas creadoras y producen una literatura nueva. Surge la institución fundamental de Europa, la universidad; primero en Italia, inmediatamente después en Paris, que se convierte luego en centro y tipo de todo el sistema.

Los gobiernos civiles centrales comienzan a corresponder a sus límites naturales: se fija ante todo la monarquía inglesa; se une el reino de Francia; pronto han de cambiarse las regiones de España. Ha nacido la Edad Media.
La flor de este experimento fundamental en la historia de nuestra raza fué el siglo XIII. Eduardo I de Inglaterra, San Luis de Francia, y el Papa Inocencio III fueron los prototipos de sus dirigentes. Europa se renovaba por doquier: se contruían nuevas murallas blancas alrededor de las ciudades; nuevas catedrales góticas en su interior, nuevos castillos en las montañas; las leyes se codificaban; se descubrían los clásicos; volvieron a debatirse activamente las cuestiones filosóficas, produciendo en su primer esfuero la cumbre del poder expositivo, con Santo Tomás, el más fuerte y viril de los intelectos que la sangre europea haya dado al mundo.
Dos características destacan la época para los que se hayan familiarizado con su arquitectura, sus letras y sus guerras: una nota de juventud y una de satisfacción. Pudo imaginarse entonces que Europa se había asentado y que el sueño imborrable de una sociedad satisfactoria parecía haberse materializado para siempre en el seno de la comunidad de los cristianos.
Pero ni esa perduración ni ese bien le son permitidos a la humanidad, y el gran experimento, como lo he llamado, estaba destinado a fracasar. Mientras floreció, todo lo que es característico de nuestra ascendencia y naturaleza europea estaba visiblemente presente en la vida diaria, tanto en las pequeñas como en las grandes instituciones de Europa.

Nuestra propiedad de la tierra e implementos estaba bien dividida entre muchos o entre todos; produjimos al campesino; mantuvimos la independencia del artesano; fundamos la industria cooperativa. En el orden de las armas surgió el tipo militar que vive de acuerdo a las virtudes propias de las armas y detesta los vicios que de ellas pueden nacer. Y por sobre todo, esas generaciones fueron fortalecidas por un apetito de verdad intenso y viviente, por una gran percepción de la realidad. Vieron lo que tenían ante su vista, y llamaron las cosas por su nombre. Nunca estuvieron tan acordes con los hechos, las fórmulas políticas o sociales; jamás estuvo tan unida la masa de nuestra civilización... Y a pesar de todo, no duró mucho.
A mediados del siglo XIV, la decadencia de la Fe se hacía evidente en forma trágica. Se toleraban nuevos actos de crueldad, triunfaban las intrigas; la vacuidad se hizo notar en la frase filosófica y en la sofistería del argumento, y eso marcó el cambio en el curso de la corriente. No fué una institución del siglo XIII, sino una del siglo XIV, la que ocasionó el relajamiento: el Papado se tornó profesión y perdió su libertad; los parlamentos tendieron a la oligarquía; las ideas populares se fueron borrando de la mente de los gobernantes; las órdenes monásticas nuevas, vigorosas y democráticas, contaminadas por la riqueza, comenzaban a fluctuar; aunque estas últimas pueden siempre rehabilitarse.
Y por añadidura sobrevino el terrible accidente de la Muerte Negra. Aquí moría mitad de la población; allí, un tercio; más allá, un cuarto; y el gran experimento de la Edad Media no pudo reiniciarse después de este golpe.


Los hombres se aferraron aún a su ideal durante ciento cincuenta años más. Las fuerzas vitales desarrolladas llevaban todavía a Europa de una perfección material a otra; el arte de gobernar, la sugestión literaria, la técnica de la pintura y la escultura (elevadas en algunos lugares por una visión mejor, degeneraron en otros por un peor gusto) se desenvolvieron y multiplicaron en todas partes. Pero la realización suprema del siglo XIII fué considerada efímera al finalizar el XIV, y en el XV era ya manifiesto a todos que la tentativa de fundar una Europa simple y satisfecha había fracasado.
Las causas fundamentales de este fracaso no pueden analizarse. Podrá decir alguno que la ciencia y la historia eran muy débiles aún; que la parte material de la vida no era suficiente; que faltaba el conocimiento cabal del pasado, necesario para obtener la permanencia; o se podrá aducir que el ideal era demasiado elevado para el hombre. Yo, por mi parte, me inclino a creer que otras voluntades distintas de las mortales se disputaban el alma de Europa, como combaten diariamente por la conquista de las almas individuales, y que esa batalla espiritual que se desarrolla perpetuamente sobre nuestras cabezas fué vuelta contra nosotros por un tiempo, a raíz de algún accidente. Si es fantástica esta sugestión (y sin duda lo es), no hay otra, de cualquier modo, que sea completa.
Con el siglo XV habían de sobrevenir la prueba y la tentación supremas. La caída de Constantinopla y el abandono de Grecia, el redescubrimiento del pasado clásico, la imprenta, los nuevos grandes viajes -la India, al este; América, al oeste-, habían llevado a Europa (en el corto lapso de una vida humana, entre el 1453 y 1515) repentinamente a una tierra nueva, mágica y peligrosa.
A las provincias europeas, sacudidas por una tempestad intelectual de descubrimientos físicos, perturbadas por una expansión abrupta e indigerida del mundo material, de las ciencias físicas y del conocimiento de la antigüedad, les sería ofrecido un fruto que cada una podría probar a voluntad, pero cuyo gusto habría de llevar a males que ningún ciudadano europeo habría soñado hasta entonces; a cosas que hubieran hecho temblar a los criminales intrigantes y crueles tiranos del siglo XV, si les hubiera sido dado contemplarlas, y a un desastre que casi volcó la nave de nuestra historia, haciendo que se perdiera para siempre su carga de letras, de filosofía, de artes y del resto de nuestra potencialidad.
Ese desastre se llama comúnmente la Reforma. No pretendo analizar sus causas materiales, porque dudo de que alguna de ellas fuera íntegramente material. Prefiero, más bien, analizar el suceso y demostrar cómo los antiguos límites de Europa se mantuvieron firmes, aunque resquebrajados, resistiendo los embates de la tempestad; cómo esta tempestad pudo no haber arrasado sino las partes periféricas recientemente incorporadas -no fortalecidas en grado suficiente por la Fe y las costumbres propias de los hombres ordenados, las Alemanias exteriores y Escandinavia.
El desastre no hubiera sido de magnitud tan considerable, y Europa hubiera podido rehacerse una vez pasada la tormenta, si una excepción de importancia fundamental no hubiera determinado la crisis más intensa del temporal. Esa excepción fué la apostasía de Gran Bretaña.

Y simultáneamente con la pérdida de esta antigua provincia del Imperio, una nación, y sólo una, de aquellas que no habían sido criadas por el Imperio Romano, resistió el golpe y preservó la continuidad de la tradición cristiana: esa nación fué Irlanda.


(Fragmento tomado de la obra de H. Belloc, Europa y la Fe)

Wednesday, February 07, 2007

"Los maestros cantores de Nüremberg" de Richard Wagner

No voy a dar aquí una serie de datos cronológicos o técnicos sobre esta magnífica obra de Richard Wagner, pues esto se puede encontrar en cualquier parte, pero me gustaría dar una visión personal (sin realmente pretender tampoco aportar nada original) sobre algunos aspectos de uno de los dramas musicales que más me gusta.

Wagner compuso esta obra en un período de bastante tranquilidad en su vida, cuando ya había pasado su etapa revolucionaria y su situación de pobreza. Bajo el mecenazgo de Luis II de Baviera se decidió el Maestro de Bayreuth a crear una obra con algún tinte trágico pero fundamentalmente optimista en la católica Nüremberg medieval. El tema central es la exaltación del Arte, cuya esencia queda magnificamente plasmada en las figuras de Walther y Sachs. Es interesante también observar cierta idea estética que queda reflejada en la obra y que tiene su origen en Schopenhauer, cuya influencia se nota en más de un aspecto de este drama, pese a que tampoco se considera como el más schopenhaueriano. Dicha idea es la del origen onírico o inconsciente del arte. Wagner hereda de Schopenhauer la concepción de la música como una forma de expresar la esencia misma del mundo más allá de todo concepto, y es por ello que mantiene la teoría de que el arte tiene su origen en esa esfera pre-racional que es el sueño. Nietzsche retomará esta idea y hablará de un tipo de arte dionisíaco y embriagante, que tiene relación también con lo onírico. Un ejemplo claro de esta idea se refleja en que el caballero Walther va a participar en un certamen de canto y encuentra su inspiración en un sueño matutino. Hans Sachs, el zapatero y maestro cantor, es quien ayuda al caballero para componer su canción cuando éste llega a su pequeño taller turbado por el sueño reciente:

Walther
Casi no me atrevo a pensar en él
pues temo que se me escape y lo olvide.

Sachs
Amigo mío, precisamente la tarea del poeta
es interpretar y recordar sus sueños.

Hay un momento que refleja esto de forma más directa, y no sólo en el poema, sino en la música, y es en el magnífico quinteto del tercer acto, donde Sachs, Walther, Eva y los dos criados entonan una de las páginas musicales más bellas de la Historia. Además de la exquisita musica que tiene un caracter totalmente embriagante y mágico, los personajes cantan: ¿Todavía estoy soñando? ,¿Estoy despierto o soñando? ...





Pero a parte de la temática sobre el arte, que luego veremos reflejada en el magnífico monólogo final de Hans Sachs, hay otro tema que se centra también en este personaje, y es además la parte trágica de la obra. Dicho tema trata del amor de éste por Eva y sobre todo de su renuncia sabia y estoica. Él la ama desde siempre realmente, pero sabe que no es lo mejor para ella, y pese a poder ganarla en matrimonio en el torneo de canto y poesía, ayuda al joven Walther, pues ha podido darse cuenta fácilmente de que Eva se ha enamorado de éste. Esta historia es una contrapartida optimista y con final feliz, de la leyenda de Tristán e Isolda, que además es una de las obras más importantes de Wagner. De hecho, Sachs lo expresa claramente en un momento, cuando le dice a Eva:


Niña mía, conozco la triste historia
de Tristán e Isolda.
Hans Sachs es inteligente y no quiere
correr la suerte del rey Marke.
Ha sido una suerte encontrar
a tiempo al que te conviene,
pues al final habría sucedido lo mismo.


Lo que hace es simplemente renunciar a Eva para dejarla ser feliz sin interponerse entre su amor con Walther; quiere su felicidad antes que la suya propia en un acto desinteresado y totalmente noble. Al fin y al cabo, este tema que parece "de fondo", es totalmente fundamental y otra vez claramente schopenhaueriano, pues la renuncia constituye el segundo eje fundamental de su ética, después de la compasión. Sachs constituye el claro ejemplo del héroe más maduro de Wagner, un héroe tipicamente cristiano, que como decía Schiller, demuestra su grandeza en la serenidad con la que enfrenta el sufrimiento. El mismo Wagner dijo de su personaje que "su alma tranquila y apaciguada, alcanza la serenidad suprema de una dulce y bienaventurada resignación".


En resumidas cuentas, esta obra tiene como centro fundamental la carismática y poderosa figura del zapatero y poeta Hans Sachs, al que yo personalmente considero como uno de los mejores personajes de Wagner, sino el mejor. Además de lo dicho es un modelo absoluto de ingenio, de buen humor, de caracter afable, humilde y virtuoso. Lo hace además muy atractivo el hecho de ser un gran poeta, un auténtico maestro venerado por todos, pero sin embargo trabaja como zapatero, una profesión sencilla pero vital para la ciudad y con la que cumple digna y puntualmente.


Se puede destacar además la magnifica ambientación de esta obra, que refleja la Nürnberg medieval de una manera luminosa y bellísima, donde la música juega un papel esencial con ligeros toques antiguos y populares. Además transcurre durante la fiesta del día de San Juan Bautista y los días anteriores, con lo que se muestra una imagen de colorido, guirnaldas de flores y danzas populares como las que aparecen en el tercer acto antes del torneo de canto y poesía.

Sin más, sólo queda ver un vídeo de una representación de la obra, concretamente de la canción de Walther en el Torneo, con la que gana a Eva en matrimonio, y el posterior monólogo de Hans Sachs sobre el arte y la tradición germánica.










Monólogo final de Hans Sachs


SACHS

¡No despreciéis el arte magistral!
Ya veis cómo os han ensalzado
al escuchar el canto que anhelaban.
No es vuestra noble cuna,
ni vuestros blasones, lanza y espada,
lo que hace que un maestro
os tome por yerno,
sino que seáis un poeta:
¡a eso podéis agradecer vuestra dicha!

Por ello, pensad ahora con gratitud:
¿cómo puede carecer de valor un arte
que ofrece y entrega tal premio?
Nuestros maestros lo han cultivado
y manteniéndose fieles a su sentido,
lo han conservado auténtico.
Y si no se ha conservado tan noble,
en el transcurso de los siglos,
como cuando príncipes y corte
a él se consagraban,
a pesar del embate del tiempo
se ha conservado alemán y verdadero:
y si no hubiera sido así,
¡Ved cuán honrado aún subsiste!
¿Qué más queréis de los maestros?
¡Tened cuidado, se ciernen
sobre nosotros grandes males!
Si el pueblo y el imperio alemanes,
decayeran bajo una extraña Majestad,
ningún príncipe velaría por su pueblo:
y modos de extranjera trivialidad
brotarían en la alemana tierra.
Nunca nadie sabría lo que es alemán
si no alentase del honor
de los maestros alemanes.
Os digo, pues, de nuevo:
¡Honrad a los maestros alemanes,
y conjuraréis a los buenos espíritus!
¡Y si os mostráis fiel a su influjo,
aunque se esfume como el humo
el Sacro Imperio Romano Germánico,
siempre existirá floreciente
el Sacro Reino del Arte Alemán!

PUEBLO

¡Honrad a los maestros alemanes,
y conjuraréis a los buenos espíritus!
Y si os mostráis fieles a su influjo,
aunque se esfume como el humo
el Sacro Imperio Romano Germánico,
siempre existirá floreciente
el Sacro Reino del Arte Alemán!

¡Salve, Sachs!
¡Gloria al gran Sachs de Núremberg!