Friday, July 03, 2009

El humor español, por Leonardo Castellani

En estas Navidades fui a ver el "pesebre" de mi parroquia; y el pesebre me hizo sonreír; y eso que era como para llorar. Reír y llorar junto, eso es humor.
Cronin ha dicho en alguna parte que Cristo carecía del sentido del humor. Sería raro, porque, según Aristóteles, el humor es propio del hombre magnánimo ("magnanimus utitur eironeia", dice en la Ética).
Monseñor Piccirilli, con otros varios, se ha escandalizado de que Cronin diga que Cristo careció de una cosa que tuvo el Buda. Ello invita pues a la reflexión. El escándalo es la provocación a la fe, por la puerta de la reflexión. Monseñor Piccirilli puede llegar también a la fe.
Vamos a tranquilizarlo. Cronin o no conoce el humor o no conoce a Jesucristo. Pero en un sentido pudo bien decir lo que dijo: en el sentido de que el humor de Cristo no es como el humor de Mark Twain, ni como el de Jonathan Swift. El de Twain era poco para él; el de Swift era demasiado.
Bajemos la reflexión al planterreno: es un caso análogo al del humor español... César Pico sostuvo en una conferencia en Madrid que el español carecía del sentido del humor; cosa que medio amostazó a algunos madrileños. Otro argentino que andaba por allí los desagravió en otra conferencia, sosteniendo: no se puede decir eso así, no más de una gente que ha dado a Cervantes, Velázquez, Tirso, la novela picaresca, los autos sacramentales... y Unamuno... y Gómez de la Serna... Lo que pasa es que el humor español no es como el humor inglés. ¡Me olvidaba del gran Julio Camba!
El humor español (sorna, baya, cazurrería, socarronería, disimulo, retrechería, trastienda, carientismo, tonillo, sonete, retintín, parodia...) es algo así como si dijéramos medular, por no traer el vocablo pretencioso de trascendental: él está más en los caracteres que en los dichos, más en las situaciones que en los caracteres y más en los choques profundos de los principios que en las mismas situaciones. En las entrañas anda más bien que en la epidermis; y gusta de tocar las cosas más importantes y explosivas; como el amor, el hambre, la horca, la prostitución, el diablo y los curas; no menos que al mismo Dios, si a mano viene.
Ejemplo sencillo del humor español es esa anécdota legendaria de Santa Teresa que versificó Jacinto Verdaguer. Teresa junta flores en el jardín, tropieza, y se saca un tobillo; aparece Jesucristo y la sana; y...

-¿Por qué, pues, dejáis que caiga si para Vos las recojo?
-Así pago a mis amigos...
-Por eso tenéis tan pocos...
Esto se dijo en la contra conferencia antipicuda, entre otras cosas; y ello hubiera quedado allí -sin volverse un artículo- de no habernos recordado ayer Lino Palacio la cuestión del humor español frente al humor yanqui; y monseñor Piccirilli la cuestión de Cronin versus Cristo.
También a Segismundo Freud se le escapó esta clase de humor, el humor español: afirma en su obra Der Witz que El Quijote no es una obra humorística, sino meramente jocosa o chistosa.


El Quijote es una obra jocosa en la superficie, pero es humor medular en su concepción, en la invención. Cervantes se autoproclamó -con mucha razón- "en la invención el primero de España"; y es la invención justamente -más que la composición y el estilo- el dominio del genio. La invención de El Quijote (esconder detrás de una sátira de los libros de caballería el alma de la historia de Europa, y la escondida alma y motor de Europa y del alma humana) es genial; y hace del libro del manco "la novela más grande del mundo", la obra maestra del arte de la Contrarreforma; y si se quiere, la alegoría cristiana más importante que se conoce después de las parábolas de Cristo, más profundamente religiosa que La vida es sueño. Un místico no tiene más que hacer de Dulcinea figura de la gracia o el amor de Dios, para convertir la novela en un libro teológico, como apuntó Unamuno, y Jerónimo del Rey en su libro inédito -inacabado e inacabable- Su Majestad Dulcinea. Porque el humor medular es una forma natural de expresión de la religiosidad. Aunque parezca mentira, la parábola y la paradoja son más religiosas en cierto modo que el silogismo y el sermón. Si yo dijera que El Quijote es un libro en cierto modo más religioso que Los nombres de Cristo, ¿se reirían de mí? Sí. Pues por eso no lo diré.
En la gran parábola de Cervantes, la sabiduría -que es el Ideal, y es nobleza y es vida- ha sido encarnada paradojalmente en un loco; y lo que el mundo llama sabiduría -"la listura de la finitud", que dice Kirkegor- está encarnada humorísticamente en un palurdo. Mas esas dos sabidurías, contrarías según San Pablo, no rompen entre sí ni riñen: vagan por el mundo existencialmente unidas, y el realismo zoquete es forzado a someterse al idealismo destornillado; que loco y todo resulta su amo, e incluso a disciplinarse y darse de azotes por él. Lutero se levantaba en ese tiempo contra las "disciplinas" de los monjes: Cervantes encuentra que las disciplinas están bien, pero en Sancho. Don Quijote lleva en sí una más alta disciplina, la disciplina interior, su fe. Lutero fue un quijote sin sancho, la "fe sin obras"; y eso fue su lástima.
El humor medular de El Quijote consiste en que representa plásticamente una de las paradojas del cristianismo, quizá la paradoja fundamental. La fe en efecto no es sino la persecución de un absurdo: quiero decir de una cosa que para la razón pura es sin sentido, aunque no sea contrasentido. La fe sería locura pura si no llevara siempre a las rastras consigo al sentido común. La persecución inalcanzable de Dulcinea, eso es la fe; y Dulcinea existe, aunque no donde El Quijote y nosotros nos imaginamos.
Una especie de paradoja de este género existe en el fondo del Evangelio; y considerada literalmente constituye el humor del Cristo.
Bastaba haber puesto el Cristo los misterios más tremendos en retruécanos, cuentitos y narraciones, para que pudiéramos ver en él al humorismo medular... Pero hay más que eso.
Las parábolas y los aforismos evangélicos están llenos de rasgos desmesurados, paradojal y a veces aparentemente contradictorios.
En el Seminario nos decían que los Evangelios eran la obra literaria más perfecta del mundo. Mas juzgado con criterios puramente literarios, el Evangelio no es perfecto, según la retórica grecolatina: no guarda "las reglas" de la Preceptiva. Se dispara en direcciones inesperadas para la Estética.
Un padre que premia al hijo atorrante y lastima al "bueno"; un mayordomo coimero y fraudulento puesto como parangón y ejemplo a los santos; un rey que, porque no concurren a una cena de bodas, y eso dando muy razonables excusas, hace pasar a sangre y fuego a los invitados; un condenado al infierno que conversa con Abrahám y le ruega que lo deje volver al mundo para avisar a sus hermanos que realmente hay infierno... Cualquier teólogo del Seminario les dirá que eso absolutamente no lo puede hacer un condenado; y que las conductas del Padre, del Mayordomo y del Rey son enteramente an-éticas...
También es an-ético y muy poco práctico que un buen pastor abandone noventa y nueve ovejas para salir en busca de una oveja descarriada. El Cura Brochero predicó una vez esta parábola a su feligresía de pastores, y después les preguntó: "¿Y? ¿Qué les parece?"; y un baisano práctico y ético -turco él- saltó y le dice: "Y... seguro era una cambiona". Mas la paradoja y el humor del Evangelio consiste en que para él todas las ovejas sean campeonas; y la más campeona justamente esa que según el refrán pastoril es la que siempre rompe el corral: la más desgraciada.
Hasta las dulces palabras que ponen hoy no conociendo el texto griego en boca del dulce Nazareno peinado al medio y con carita de Rodolfo Valentino -o de Mojica- de las capillas "finas..." como la de mi parroquia... a saber: "Mi carga es suave y mi yugo ligero" parecen un tremendo rasgo de humor medular en boca del que a renglón seguido descubre que esa carga y ese yugo son nada menos que la cruz: el peor suplicio de la antigüedad. "Tome su crin, y sígame". ¡La cruz! ¡Qué negocio suave y ligero!
¿Y el "hacerse como los niños"? ¿Es por ventura algún exhorto a la puerilización? Viendo muchas cosas de los devotos de hoy día, parecería es eso mismo. Pero los Apóstoles no eran niños, ni podían volverse como niños... ni se volvieron: eso es lo único que no se nos puede pedir, habrá dicho entre dientes San Pedro. Pedir a un niño que se haga grande es razonable; pedir a un adulto que vuelva al seno de su madre y nazca de nuevo, es chiste... o misterio.
Bastan estos ejemplos.
El humor del Cristo traduce la inserción de lo eterno en lo finito, y despatarra lo finito. Podía destruirlo y aniquilarlo, pero no hace más que despatarrarlo; y por eso es humor: es expresión indirecta. La expresión directa de lo eterno es imposible en esta vida, no es humana. La expresión directa de Dios es la invisibilidad y la inefabilidad de Dios. Si Dios se hubiese atenido a la expresión directa, no conoceríamos nada a Dios: hubiera sido el Gran Ironista, pero no el Padre de los hombres. Y si hubiese usado el humor acre de Jonathan Swift, nos hubiese aterrado: hubiese sido el Verdugo y el Monstruo, como la diosa Kali o Baal Moloch.
El niñito-dios de los pesebres -que para muchos devotos no es más que eso con minúscula, el muñeco rosado y el recuerdo tiernito de Tito, Totín y Lulú- es una cosa seria: el que quiera hacerse semejante a él, tendrá a Herodes a los garrones; y si escapa a Herodes, no escapará a Pilatos.
Si el "niñito" nos hubiese aparecido como lo que él es, entre Mikael y Azrael, no lo resistiéramos.
Por eso apareció entre el burro y el buey.
¡Pero no para volvernos burros y bueyes!
Eso no.
Esto es en resumen lo que se podría decir a Lino Palacio acerca del humor medular del español; y a Archibaldo Cronin acerca del humor del hebreo aquel que nunca rió a carcajadas, pero que sonrió innumerables veces, un poco amargamente, podemos suponer.


Artículo extraído de:


No comments: