Sunday, April 02, 2006

EL SENTIMIENTO DE LA MONTAÑA (part. I)

LA MONTAÑA ES MI REINO
EL GRAN OFICIO
Gaston Rébuffat


Estas agujas escapadas de la tierra, estas nieves eternas compañeras del cielo, estos raros y silenciosos desiertos de hielo, componen el terreno de la alta montaña. El aire aquí es puro, reinan el frío y el sol; algunos días su silencio total resulta casi angustiante, otros días en cambio ruge la tempestad. Es un mundo aparte, un mundo por encima del conocido; nada se mueve, nada vive. Las montañas que jalonan la Tierra son las formaciones más estériles e inútiles del planeta, excepto para los geólogos, los geógrafos, los constructores de embalses y para los que sueñan con grandes espacios. Con su desnudez absoluta, su pobreza extrema y su belleza misteriosa, estos domos de nieve y flechas de granito no existen más que para la felicidad del hombre. Las montañas, al igual que los océanos o los desiertos, son nuestros jardines salvajes, tan necesarios e indispensables como el agua o el pan; no solamente porque el aire resulte más puro que en las ciudades, sino porque ante todo constituyen lugares de plenitud, donde el hombre puede caminar, correr, detenerse, contemplar, trepar, navegar, tener hambre, tener sed, utilizar el vigor de su cuerpo, y hacer respirar su corazón y su alma. Frente al granito y al hielo, el ser humano es de porcelana; frente a la imagen de la eternidad, la imagen misma de la fragilidad. Y, sin embargo, pletórico de amor, voluntad y comprensión, ¡de qué no sería capaz! Cuando Bonatti escala una pared vertical no pesa nada para la báscula de la Naturaleza, apetas representa una brizna de hierba; algo parecido a Bombard con su lancha neumática en la mitad de un océano. Una ráfaga de viento o una ola, y desaparecen. No importa. Creo que si las peculiaridades de la época en que vivimos residen en la realización de inventos admirables, también deben vislumbrarse al asumir la inconmensurable riqueza, fuerza, generosidad y ansias de libertad del hombre desnudo, sin armas ni máquinas, solo o en grupo, frente a la gran naturaleza. ¿Existe algo más natural que la urgente necesidad humana de aprovechar esta riqueza? Cuando somos niños, subimos a los árboles y a los muros por el simple placer de escalar, para descubrir y ver desde más alto lo que está más lejos. ¿No es eso lo que los mayores llaman alpinismo? ¿Acaso hemos sabido conservar todavía ese instinto infantil? Nuestro placer es escalar, elevarnos en el cielo neutralizando la gravedad. Sin duda también existe el placer de sentir que se tiene la propia vida entre los dedos, que se controla la propia existencia. Algunos escaladores son muy sensibles a este sentimiento, yo muy poco. Me gustan las dificultades, pero hoy más que nunca detesto el peligro. "Qué valor tiene usted para hacer semejantes ascensiones", me dijo alguien al terminar la presentación de una de mis peliculas. Le respondí que escalar no me exigía valentía alguna -una afirmación completamente rigurosa- porque era parte de mi trabajo, un trabajo que había escogido y para el que estaba cualificado porque no tenía vértigo. Le expliqué, sin orgullo ni modestia, que los grandes alpinistas aman los grandes jardines, la vida y la amistad, y sienten por todo ello respeto, y no afición, al peligro. Para practicar el alpinismo hace falta entusiasmo: llevar una mochila, dormir más o menos bien, levantarse pronto, sentir el frío, tener hambre y sed, comenzar la actividad aceptando que no se puede interrumpir el juego cuando uno quiere, ni tan siquiera al límite de las fuerzas. Es tan hermoso y excepcional, especialmente en nuestra época, no tener que tratar más que con la roca, la nieve, el cielo, el sol y los vientos... Hace falta entusiasmo, pero también lucidez, ser consciente de la fuerza moral y física que se posee ante cualquier dificultad que nos supere. También existe el placer de escalar, pero por sí solo no basta. La escalada no constituye más que una parte de la ascensión, al igual que el escalador no es más que un montañero especializado. El placer del alpinismo proviene de una multitud de cosas y ante todo se encuentra ligado al sentimiento de la alta montaña: un determinado color del cielo, la sutileza del aire, la grandeza del paisaje que nos rodea y por el cual en realidad estamos allí. Constituiría un error pensar que la alta montaña es una lugar reservado a los alpinistas acróbatas. Muy al contrario, las montañas se ofrecen al alcance de todos: hombres y mujeres de cualquier edad, y la alegría de un motivado principiante, o de un fiel veterano, llegando a la cumbre de la Aiguille du Moine por su vía normal no resulta menos importante o menos noble que la de un alpinista confirmado que pisa la cima de los Drus, tras haber escalado el Pilar Bonatti. Simplemente, el alpinista es un hombre que conduce su cuerpo allá donde un día sus ojos se fijaron. Pienso que tenemos un corazón, un alma y unos músculos que forman un conjunto que se muestra feliz cuando se utiliza, lo que nos hace experimentar una hermosa alegría interior. Realizar correctamente unos movimientos, subir bien por una placa o una chimenea, intentar algo para lo que se está especialmente dotado, apenas exige esfuerzo, tan sólo imaginación. También agarres; adivinar... cada vez resulta más raro en una vida en la que todo se encuentra inexorablemente indicado, previsto, organizado, incluso para el ocio. "¡Organización del ocio", un concepto terrible! Además se experimenta la alegría de conseguir una "primera", de subir por donde nadie todavía ha subido. Así, el escalador "construye" su montaña, crea un conjunto de movimientos, modela la roca con sus dedos. Algunos días, el alpinista debe plantarle cara a los elementos cuando de improviso el viento del oeste trae, durante una larga ascensión, la tempestad. Si se está dispuesto a afrontarla, un gran montañero vivirá "grandes momentos". Pero hay que distinguir bien la noción de dificultad de la de peligro. Tan agradable como escalar cualquier paso extremadamente difícil sobre cualquier placa, desplome o fisura, resulta evitar comprometerse en actividades que podríamos no controlar. La ascensión más bella no merece hacer peligrar nuestra vida. De cualquier manera, la llegada a una cumbre jamás representa una victoria sobre la montaña sino sobre uno mismo. Gaston Rebuffat: La montaña es mi reino. Ed. Desnivel.



BALADA DE LAS MONTAÑAS

MISA EN LA MONTAÑA
J. M. Villalba Ezcay


"El emperador irá un día a la tumba,
pero nosotras, como altares eternos, está-
remos en pie hasta la consumación de los
siglos."
Diálogo entre el Niessen y el
Stockhorn.
RUDOLPH REBMAN, Berna, 1606.



Desde que un día radiante de agosto de 1659 se celebró la primera misa montañera sobre el ara de la cima de 3.537 metros de la Rochemelon en los Alpes Graianos, ha tenido para siempre más un encanto y significado especiales, la celebración del Santo Sacrificio en las montañas.
Esta persona ha asistido a muchas, su recuerdo es una de las páginas más emotivas de nuestra experiencia excursionista, y varios son los motivos que las pueden inspirar, bien la inauguración de un refugio o la bendición de una cruz cimera, bien la misa campamental, o bien la piadosa, celebrada "in situ" por un caído en la montaña; aparte está, claro es, de aquellas, bajo techado, que con carácter regular se celebran cada domingo en chalets o albergues de acceso normal.
Queremos presentar aquí este tema elevado y de fondo ricamente espiritual, si bien expresado en muy pobre prosa, unos apuntes de varias misas ofrecidas en las montañas de aquí y de allí, cuya poesía y belleza deseamos expresar con toda su perfección y con toda nuestra imperfección.


LA MISA DEL CAP DEL REC, CERDANYA,
EL 13 DE NOVIEMBRE DE 1955

"Quand nous aurons quitté ce sac et
cette corde."
CHARLES PEGUY: La Tapisserie
de Nôtre Dame.



Hemos visto erigir muchos refugios, esas ofrendas de ayuda y hospitalidad que nadie como nosotros -los hombres de saco y cuerda- sabe valorar; éste que hoy inauguramos como tal llevaba varios años existiendo como casa forestal. No lejos de aquí hemos vivido una noche de hieo que no llegó a ser fatal porque hallamos a ciegas la rudimentaria choza dels Esparvers. ¿Hay algo más consolador que la visión repentina de unas paredes -entre la niebla y la ventisca- cuando nos creíamos ya perdidos? La piedra y la argamasa duran más, mucho más, que los hombres, y así, los refugios que vemos bendecir, existirán mucho después de que nosotros hayamos dejado para siempre -como en la cita de Peguy- el saco y la cuerda, honrosos atributos de nuestro peregrinar montañero. Cuando cesa la nevada -la primera de este año-, el párroco de Lles dispone, bajo un abeto, el altar para la misa inaugural, y los fieles, bajo un cielo cárdeno, nos congregamos en el prado nevado. En la plática, el celebrante cita el Salmo 42: "...emitte lucem tuam": Envíame tu luz y tu verdad, para que ellas me conduzcan a la santa cima de tu montaña. Cuando os apartáis del mundo para buscar la verdad y la paz en las montañas del Señor, ¿qué mansión mejor que ésta que bendecimos ahora? Vuelve a nevar en finos copos silenciosos al arrodillarnos para el Canon, y la campanita del acólito suena amortiguada, mientras una rama del abeto se curva bajo su peso y espolvorea el altar de un frío y blanco incienso irreal; a mi derecha el cortante viento le vuela los dineros de la bandeja petitoria al diminuto monaguillo montañes que, con sus ojos azules y rubio mechón, ilustra un bello christmas bávaro en su roja sotana y blanca sobrepelliz. Y mientras siento en mis rodillas el frío beso de la nievo pienso en que es cierto que no hay mejor casa que ésta; en su Epístola XIV a San Gregorio Nacianceno, dice San Basilio: "Dios me ha hecho encontrar aquí cuanto deseaba, he radicado mi vida en la alta cresta de una montaña; ¿cómo podría cambiar este lugar por otro?"


EL CAMPAMENTO DE PLÁ BAGÁ, EL 28 DE JUNIO DE 1954

"Sálvame, Señor, ten piedad de mí y
guía mis pasos al camino llano."
Salmo XXV.



Sigue encapotado el cielo tras la lluviosa noche, el húmedo prado es un mullido tapiz esmeraldino donde está dispuesto el altar de rústicos troncos no lejos del declive que baja hacia la inmensa hondanada del Clapé; a unos metros de nosotros, las tiendas parecen muy pequeñas y vacías en este mundo aparte, rodeado de nubes y de silencio.
Mossén Víctor nombra a los santos del día -San Ireneo, obispo, y San Marcelo, mártir- y comienza el oficio. ¿Qué mejor ocasión de recogimiento que esta misa de hoy? Es la misa entre las nubes, los acólitos se mueven sin ruido y las palabras nos llegan como envueltas en algodón. Antes del "Sanctus" vuelve el silencio hondo y enorme, después de que una esquila suene, muy lejos y muy abajo, como contrapunto de esta inmensa quietud.
Al "Pleni sunt coeli et terra glória tua", la niebla, húmeda y gris, llega del abismo Oeste, asomando su cabeza oscilante y torpe, como la de un monstruo reptante e informe, de silencioso paso, que sintiese curiosidad por contemplar lo que estamos haciendo; el celebrante se vuelve para dirigirnos la palabra y ya sólo emergen del vapor su cabeza y sus vigorosos hombros.
Y he aquí que nos dice que el pecado nos envuelve como una vestidura opaca, lo mismo que esta niebla que ahora ahoga la montaña, pero ésta es inmutable y nada puede contra ella, y si nosotros somos eternos en el Señor, nada puede -si así lo queremos- el mal contra nosotros; y comenta un fragmento del Libro de la Sabiduría (Pr. 8, 22-35): "Cuando Dios preparaba los cielos y no existían aún los abismos profundos ni las saltarinas fuentes, ni las pesadas moles de las montañas, Yo ya existía en Él."
El más rico riclinatorio del más suntuoso palacio no vale lo que este áspero tronco echado sobre el prado ante el altar, cuya rugosa corteza se clava en las rodillas a través de la gruesa pana del pantalón de escalada. En él se recibe al Señor cuando la niebla es más densa y la vela encendida del acólito parece una pupila pequeñita, amarillenta y moribunda, dentro del cucurucho de papel que la protege del viento.
Y sigue aislándonos a unos de otros -como un iconostasio irreal- mientras pasan los minutos inefables de la postcomunión, momento inigualable en que se siente pequeño el pequeño hombre que se cree grande. Minutos suficientes para que después, de pronto y como gloriosa sorpresa, un viento tenso profundo -el aliento de Dios-, frío y repentino, desgarre el cendal espeso y gris y nos muestre -al tiempo del "Ite, missa est"- las cercanas cimas del dentellado Moixaró verdoso, joven retoño de la vieja Tossa d`Alp, cuya testa venerable y calva resplandece bajo un sol triunfante.
"Domine, non sum dignus...!" Nada es el hombre ante las montañas y los siglos, pero le dignifica su humildad al saber que será un día polvo, y aún estas cimas catarán tus alabanzas, ¡oh, Señor de los altos cielos!



AL MONTAÑERO AUSENTE
J. M. Villalba Ezcay
(In memoriam Bartolomé Puiggros)




"El frio y la tiniebla cubrirían el mundo
y el alma se hundiría en la noche
Si los dioses no enviasen de vez en cuando
A jóvenes así, para reanimar.
La marchita vida de los hombres de hoy"
Friedrich Hölderlin
DER TOD VON EMPEDOCLES 1838


Días atrás fui gentilmente invitado a una "Taula Rodona" por AGRU E.C.C. en su 10º aniversario. El, tema, "Cos i Anima del Muntanyisme", motivó un acto a alto nivel, con escogidos ponentes, muy agradable, ameno y profundo y ,al final, fuimos obsequiados con un libro de montaña: una edición muy cuidada, de lujo, con profusión de croquis y magníficas fotografías, resumen de las casi doscientas salidas, a lo largo y a lo ancho de diecisiete años, de un montañero caído: Bartolomé Puiggros.
Es el "compte rendu", con datos y croquis de ejemplar minuciosidad, desde la primera salida a los nueve años con su padre, hasta la penúltima en 1975 en la Norte del Pedraforca.
El título "Les Muntanyes que vaig estimar - Records d'un muntanyenc caigut", me causó honda impresión. Cuánto amor, cuánta veneración, qué tesoro de fidelidad, qué derroche de esfuerzo material para enaltecer el recuerdo por parte de unos padres, de unos compañeros de Grupo, de una Entidad...!
¿Qué clase de joven, qué montañero había de ser este, para inspirar tal afecto y tal veneración?
No le conocí antes, sólo sabía -dos años atrás- de su tránsito, caído en acción, como soldado de la roca!
Pero a través de sus escritos, de sus afectos, del relato de sus ascensiones, he ido conociéndole y respetándole y, como sea que dentro de doce días se cumple el segundo aniversario de su marcha de entre nosotros, deseo que mí pobre pluma escriba algo poco valioso pero muy sincero en memoria suya.
Contemplo, mientras escribo, su fotografía... Ojos grandes, acostumbrados a las lejanías, al sol brillante y cegador de los neveros, a la hondura violeta de los abismos. Una mirada límpida y arrogante, dirigida ¿cómo no?- a lo alto, una cara juvenil a pesar de sus recios y varoniles rasgos y de la negra barba.
Adivino un alma ardiente, idealista en pugna con la materia, una llama que arde sin consumirse...!
Un espíritu así sólo puede habitar en el cuerpo de un montañero, hoy. Antes hubiese vestido la acerada armadura bajo la blanca capa del Templario.
Como pie a su efigie, hay una frase suya, diamantina y sobrecogedora: "El muntanyisme... era quelcom tan sagrat que, per força, els homes que el practiquessin, havien d'ésser una mena de mig sants"!.
Sigo leyendo sus cosas y sintiendo cada vez mayor respeto por este místico de la montaña; entre otras, aquella meditación solitaria sobre la nieve y bajo las estrellas, aquella noche de Diciembre de 1970 en la Agulla de l'Estany.
!Cuántas cosas compartimos! .!Cuántas cosas iguales hemos hecho!.
!Llevar consigo las grabaciones para oír a los clásicos en la platea de la pureza!. Rachmaninoff, d'Indy, la Alpina de Richard -Strauss, Liszt, Purcell, César Franck, la Walkyria, el Parsifal, Tristán... Su sentido de la belleza, del color, de la armonía, de la serenidad románica, trasunto todo ello de la delicadeza de un alma escogida, admiradora de la hermosura de esta sagrada Marca Hispánica. !
También hallo en él un fino sentido del humor cuando llama "gripe" a su desplome en el Avenc del Club, y cuando hace la "primera mundial con yeso ortopédico al Matagalls". Pero nada puede disimular un sentido de la vida tan trascendental y heroico que, en las altas horas de fiebre y delirio -en ocasión de su estancia en clínica bajo shock- le hace proferir esas exclamaciones propias de situaciones de trinchera que él no había vivido en la realidad.
Y su gesto horrorizado al toparse con las motocicletas de trial en los Pics de la Vaca, es trasunto de los nuestros -los de la vieja guardia de hace años- ante la profanación montañera de los Bárbaros de Occidente de la Edad Mecánica.
!Sí!. No sólo este sucio mundo urbano de la planicies no era para él, sino que la montaña, los espacios abiertos, el cielo y el sol, eran su único y verdadero habitat.
Para él, las alturas eran aquella tan bella estrofa de Shelley:
"Some world '- where music and moonlight - and feeling - are one".
Allí en ese su mundo, donde sensibilidad, música y claro de luna son una sola cosa, se olvidaba de esta tierra baja de hoy, de la oleada desatada de instintos, de la exaltación de la grosera materia, de la glorificación del apetito animal, de la bestialidad de las pantallas, de la humillación y la profanación de las esencias sagradas de nuestra Santa Madre Europa bajo las ruedas y las hélices de los nuevos mongoles...!
El hombre tiende a lo alto, sus medios son miserables, las cuerdas de violín están hechas con tripas de gato, pero Bach existe, y la Gran Fuga existe a pesar de nuestras limitaciones.
En un tiempo los santos y los mártires subían cantando a la arena desde los hipogeos, para ascender a través de las fauces de las fieras, a la gloria de Dios, ante los ojos de unas multitudes aullantes y babeantes no muy distintas de las de hoy. Y aquellas santas catacumbas austeras son hoy solamente albañales y sumideros.
Hay una obra catalana, sólo comparable en magnitud, y para mí superior a "Guerra y Paz" de Tolstoy: es esa maravilla de delicadeza y catalanidad que se llama "Incerta Gloria" de Joan Sales que, tristemente, muchos catalanes vociferantes ignoran, como ignoran los inmensos tesoros de humanismo de esta divina tierra que no es mía por nacimiento. Entre la inmensidad de mártires y de imágenes de esta riquísima obra, sólo comprensible para unos cuantos elegidos con sensibilidad y corazón, hay una frase que viene al dedo al montañero, al escalador espiritualizado, al que los filisteos critican por temerario, cuando esos mismos no critican al neurótico de ciudad que aporta su tributo a la masacre de la carretera en el holocausto vulgar y semanal:
"Ningú no exposa la seva vida si no creu en alguna. cosa per la qual val la pena morir, i aquesta cosa ¿que pot ésser sino l'Esperit?".
Amic Bartomeu: llegint les teves descripcions, esguardant els dissenys d'escalades i ascensions que tan be coneixo, he reviscut la meya llunyana joventut. D'ara endavant, servaré com quelcom molt preciós i valuós el llibre del teu inapreciable historial de xicot muntanyenc, sensible i senyorivol; el llibre amb aquella maravellosa fotografia de encapsalament amb els dos amics damunt de la superficie gelada d'aquell estany de Monges que tots coneixem tan be, al sud del Montarto.
I trobo que no hauries de dir "Les Muntanyes que vaig estimar"; jo diria "Les Muntanyes que estimo", car, per a nosaltres els escaladors i muntanyencs tots, no parles en preterit, car sempre t'escoltarem en present!.
Tota la netedat de la teva vida, tot l'idealisme deIs teus actes, tota aquella "incerta gloria", aquella "The uncertain glory of an April day" shakesperiana del teu darrer jorn, de la teva darrera ascensió, han estat pagades a un preu molt alt: res ni ningú en aquest mon, pot compensar el dolor i la solitut deIs teus pares. Jo els diria, molt humilment, moltrespectuosament-car jo també vaig portar a la muntanya almeu fill quan era molt petit - que, en el mateix cas voldria per a mi que el Senyor Deu Totpoderós em donés un xic de la seva noblesa, del seu esperit cristia i d'aquella resignació cristiana, d'aquella sobrietat excelsa que ennobleix i dignifica els grans dolors, de que ella han fet gala.
I, molt calladament, els recordaria aquella estrofa, vellades del 1913, de "Le Patriote Chretien": Heureux ceux qui sont morts – Dans un dernier haut lieu - Hors de tout l'appareil – Des grandes funérailles".
Vaig sentir una estranya angoixa al saber que, al exemplar del Butlletí d'AGRUECC inmediatament anterior al teu traspàs, havies fet inserir, com en una premonició sobrenatural, com un avis que soIs els predestinats com tu poden sentir, aquell petit poema meu que vaig escriurer a la memoria d'un altre jove germa escalador que caigué – fa ja molts anys- a les Agulles, el primer.
No .anaves errat en el teu amor, no!. Es alla dalt on som com cal, on s'hi esta be, com a aquells versets de l'Evangeli segons Sant Marc, 9, 3-6: "I s'els endugué dalt d'una muntanaya alta. I aleshores, Pere digué a Jesús: Mestre, dóna bo d'estar aquí. Si voleu, faré tres cabanes".
"Sic iter ad astra!". Aquest és el cami de l'alçaria, la via a la Casa del Senyor que ens digué: Vaig a desposa-vos un lloc i, aixi, a on Jo estigui, podreu estar-hi també vosaltres".
I tu, Bartomeu, el meu amic molt estimat, ets ja a Casa, plegant cordes i guardant ferros a la motxil.la, demanant plaça al Refugi i guardant-nos lloc a taula amb el Guardià, car son vells i feixucs i no grimpem tan dépressa com tu!.


No comments: