Erlkönig
Johann Wolfgang von Goethe
¿Quién cabalga tan tarde a través del viento y la noche?
Un padre con su hijo, lo lleva seguro y caliente,
al resguardo de su regazo fiel.
- Hijo mío ¿por qué escondes tu asustado rostro?
- ¿Es el Rey de los Silfos, oh padre, tú no lo ves? -
¿El Rey de los Silfos con su corona y manto?
¡Son alucinaciones hijo, que la niebla te hace ver!
¡Oh lindo niño, anda, ven conmigo!
Verás que juegos alegres te enseñaré.
¡Y qué flores tan extrañas florecen en mi orilla,
con las que mi madre hace dorados ramilletes!
- Padre mío, padre mío, ¿no oyes tú las promesas
con las que el rey de los Silfos pretende atraerme?
- No hagas caso, hijo mío es la fronda seca del árido
bosque, agitada por el cierzo.
- Lindo niño, ¿no quieres venir a mi palacio?
Te aguardan mis hermosas hijas en la entrada.
Cada una, en la noche, arrullará tu sueño
y sabrán entretejer sus danzas y cantos,
- Padre mío, padre mío, ¿no ves allá en la sombra,
resplandecer las bellas hijas del monarca?
- Hijo mío, no hagas caso, es la difusa espesura,
lo veo bien y no hay nada más.
- Niño hermoso, amo tu belleza divina;
si no vienes por las buenas, emplearé la fuerza.
- Padre mío, padre mío, ¡mira cómo me aferra!
me lastiman sus manos. ¡Defiéndeme padre!
Atemorizado el padre clava las espuelas a su caballo,
aprieta contra su pecho al lloroso niño,
por fin llega al portal de su casona.
Mira, y en sus brazos el niño está muerto.
Nostalgia de la muerte
(Fragmento de Himnos a la noche)
Novalis
Descendamos al seno de la Tierra,
dejemos los imperios de la Luz;
el golpe y el furor de los dolores
son la alegre señal de la partida.
Veloces, en angosta embarcación,
a la orilla del Cielo llegaremos.
Loada sea la Noche eterna;
sea loado el Sueño sin fin.
El día, con su Sol, nos calentó,
una larga aflicción nos marchitó.
Dejó ya de atraernos lo lejano,
queremos ir a la casa del Padre.
¿Qué haremos, pues, en este mundo,
llenos de Amor y de fidelidad?
El hombre abandonó todo lo viejo;
ahora va a estar solo y afligido.
Quien amó con piedad el mundo pasado
no sabrá ya qué hacer en este mundo.
Los tiempos en que aún nuestros sentidos
ardían luminosos como llamas;
los tiempos en que el hombre conocía
el rostro y la mano de su padre;
en que algunos, sencillos y profundos,
conservaban la impronta de la Imagen.
Los tiempos en que aún, ricos en flores,
resplandecían antiguos linajes;
los tiempos en que niños, por el Cielo,
buscaban los tormentos y la muerte;
y aunque reinara también la alegría,
algún corazón se rompía de Amor.
Tiempos en que, en ardor de juventud,
el mismo Dios se revelaba al hombre
y consagraba con Amor y arrojo
su dulce vida a una temprana muerte,
sin rechazar angustias y dolores,
tan sólo por estar a nuestro lado.
Medrosos y nostálgicos los vemos,
velados por las sombras de la Noche;
jamás en este mundo temporal
se calmará la sed que nos abrasa.
Debemos regresar a nuestra patria,
allí encontraremos este bendito tiempo.
¿Qué es lo que nos retiene aún aquí?
Los amados descansan hace tiempo.
En su tumba termina nuestra vida;
miedo y dolor invaden nuestra alma.
Ya no tenemos nada que buscar
–harto está el corazón–, vacío el mundo.
De un modo misterioso e infinito,
un dulce escalofrío nos anega,
como si de profundas lejanías
llegara el eco de nuestra tristeza:
¿Será que los amados nos recuerdan
y nos mandan su aliento de añoranza?
Bajemos a encontrar la dulce Amada,
a Jesús, el Amado, descendamos.
No temáis ya: el crepúsculo florece
para todos los que aman, para los afligidos.
Un sueño rompe nuestras ataduras
y nos sumerge en el seno del Padre.
Enrique de Ofterdingen (Fragmento. Cap. IV)
Novalis
¡El Santo Sepulcro, en manos paganas;
la tumba donde yace el Salvador
sufriendo ultrajes y escarnios,
siendo violada todos los días!
Con voz sorda suena su llamada:
«¿Quién va a librarme de esta saña?»
¿Dónde están sus héroes y sus caballeros?
¡Desapareció ya la Cristiandad!
¿Quién devolverá a los hombres la fe?
¿Quién llevará la Cruz en estos tiempos?
¿Quién romperá estas cadenas de ignominia
y libertará el Santo Sepulcro?
Se levanta, de noche, en mar y en Tierra
sagrada, violenta tempestad.
Quiere despertar al que duerme indolente,
azota el campamento, la ciudad y el castillo;
un grito de dolor en todas las almenas:
«¡En pie, perezoso cristiano; sal de tu casa ya!»
Por todas partes ángeles se ven
con rostros tristes y silenciosos.
Ante las puertas, los peregrinos
–las lágrimas surcan sus mejillas–,
con tristeza, se lamentan
de la crueldad de los sarracenos.
Una mañana, roja y triste, se levanta
en el amplio país de los cristianos;
el tormento de la pena y del amor
empieza a brotar en todas las almas:
toman todos la Cruz, toman la espada,
y salen enardecidos de su hogar.
Un celo ardiente ruge en los ejércitos:
hay que librar el sepulcro del señor.
Su alegre impaciencia les empuja hacia el mar,
para llegar muy pronto a los Santos Lugares.
Hasta los niños acuden corriendo
para juntarse a este sagrado ejército.
La Cruz ondea en lo alto, en el glorioso estandarte;
los viejos héroes caminan delante;
las puertas santas del Paraíso
se abren para acoger a los piadosos guerreros:
todos quieren participar de la gran dicha
de derramar su sangre por Cristo.
¡A la guerra, cristianos! Las huestes divinas
entrarán con nosotros en la Tierra Prometida;
muy pronto sentirá el furor de los paganos
el temible castigo de la diestra de Dios;
y con ánimo alegre lavaremos entonces
el Sagrado Sepulcro con sangre de paganos.
Llevada por los ángeles, la Virgen santa
planea por encima de la horrible batalla,
y aquel a quien la espada ha derribado
se despierta en los brazos de su Madre.
Con rostro iluminado ella se inclina
hacia este mundo, en que resuenan las armas.
¡Adelante! ¡A los Santos Lugares!,
resuena sorda la voz del Sepulcro.
Pronto, con la victoria y la oración,
será lavado el pecado del hombre.
El reino de los paganos terminará, por fin,
cuando el Sepulcro se encuentre en nuestras manos.
Muerte por la patria
Friedrich Hölderlin
¡Llegas, oh batalla! De las colinas
bajan al valle oleadas de jóvenes
para enfrentar a los insolentes invasores,
seguros de su arte y de su brazo.
Pero más segura que todo,
el alma de los jóvenes se abate sobre ellosm
pues los justos pegan como magos
y sus cantos patrióticos
paralizan las rodillas de los infames.
¡Recibidme, recibidme en vuestras filas,
no quiero morir un día de vil muerte!
Morir inútilmente me horroriza;
pero sí caer en el altar de la patria,
desangrar mi corazón por la patria.
Pronto esto será un hecho. Aquí estoy,
yendo hacia vosotros, camaradas,
que me enseñasteis a vivir y a morir.
¡Sí, ya bajo a la batalla!
¡Cuántas veces bajo el sol tuve sed
de veros, héroes y poetas de otros tiempos!
Ahora acoged como amigo al humilde extranjero
y seremos unos de otros hermanos.
Ya llegan los heraldos de la Victoria:
¡La batalla es nuestra! Sigue viendo
en lo alto de la luz, oh patria,
y no cuentes los muertos. Porque por ti,
ni uno solo de más ha caído.
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2 comments:
Excelente post y poema de Hölderlin... pero permiteme la sugerencia de que cambies la foto... parecería que Höldrlin y el poema son pronazis cuando en realidad el poema es indistinto... Si los nazis hubieran entendido a Hölderlin otro gallo nos cantara...
Saludos desde Monterrey, MX
Gracias por tu comentario. Creo que la imagen es estéticamente bella y además no contiene simbología política de ningún tipo. Supongo que no será inconveniente para nadie a la hora de disfrutar de la poesía de Hölderlin.
Saludos.
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