Tuesday, December 29, 2009

Tolkien y el mito cristiano, por Joseph Pearce


"The Lord of the Rings is of course a fundamentally religious and Catholic work; unconsciously so at first, but consciously in the revision. That is why I have not put in, or have cut out, practically all references to anything like 'religion', to cults or practices, in the imaginary world. For the religious element is absorbed into the story and the symbolism."
(JRR Tolkien, Letters, no. 172)


“El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; inconscientemente a primera vista, pero conscientemente en una segunda lectura. Por esta razón no he incluido o he quitado practicamente toda referencia a la religión, culto o prácticas religiosas en el mundo imaginario. El elemento religioso está absorbido por la misma historia y su simbolismo”
(J. R. R. Tolkien, Cartas, nº 172)



Por qué dice Tolkien que El señor de los anillos es una obra católica
Joseph Pearce



A los católicos que lean entrevistas con los responsables de las películas o escuchen los comentarios de los DVD, les podría sorprender escucharles calificar la historia como un ejemplo de virtudes paganas. ¿Cómo pueden decir tal cosa?
El autor de la obra, J.R.R. Tolkien, fue durante toda su vida un devoto católico que se entregó en cuerpo y alma a la escritura del mito que ahora cautiva a una nueva generación medio siglo después de su primera publicación. Tolkien insistió en que el hecho de que él fuese “un cristiano (lo cual se puede deducir de mis historias), y de hecho, un católico”, era el elemento más importante y “verdaderamente significativo” de su obra.

¿Donde está Cristo?

Si es cierto que “El señor de los anillos” es una obra “fundamentalmente religiosa y católica”, ¿por qué Cristo nunca es mencionado en sus páginas? Si la fe católica es en efecto tan “significativa” como su autor afirmaba, ¿dónde están exactamente los indicios católicos que le otorgan ésta importancia?
Como respuesta a la primera de estas preguntas, Cristo nunca es mencionado por su nombre simplemente porque la mitología de Tolkien tiene lugar miles de años antes de la Encarnación. Él no es mencionado en “El señor de los anillos” por la misma razón por la que tampoco se le menciona en el Antiguo Testamento. Aún no había aparecido en persona y, por consiguiente, está presente implícitamente a través de la Gracia, no explícitamente en persona.
Cristo es, sin embargo, el rey de la mitología de Tolkien, que por extensión, apunta a Él de la misma forma que el Antiguo Testamento. Para exponer el tema de un modo conciso, “El señor de los anillos” se entiende mejor si se lee a través del prisma del Evangelio, del mismo modo que el Antiguo Testamento se comprende mejor si se lee teniendo en cuenta el Evangelio.
Desde luego, uno puede leerlo sin ese conocimiento pero hacerlo así conlleva perderse el propósito fundamental de la obra.
Uno puede leer el Antiguo Testamento siendo judío, musulmán o, incluso, agnóstico o ateo, pero no entenderá el carácter profético del antiguo como una prefiguración o profecía del nuevo. Uno puede leer “El señor de los anillos” siendo ateo o agnóstico, o es más, siendo un neo-pagano del New Age, pero no entenderá su importancia “fundamentalmente religiosa y católica”. Uno chapoteará en la superficie de las sombras, en lugar de sumergirse de cabeza en las gloriosas profundidades de la luz.
“Por encima de todas las sombras sale el sol”, afirma Samwise Gamgee entre las Escaleras de Cirith Ungol en “Las dos torres“, declarando su fe y esperanza en un poder inalcanzable para la Sombra. El ilusionado hobbit, como el cristiano lleno de esperanza, no cae en la desesperación, incluso en medio de la maldad más grande. La oscuridad nunca puede prevalecer a la larga en presencia del Sol que nunca se pone.


Los símbolos

Si, no obstante, nunca se menciona a Cristo por su nombre en “El señor de los anillos“, ¿cómo podemos distinguir su invisible presencia?
El paralelismo más obvio entre el mito de Tolkien y la Verdad cristiana, que se refleja con tanta exactitud, está en la naturaleza de la búsqueda, que constituye el animus principal de la historia de Tolkien. El viaje de Frodo y Sam al mismísimo centro de Mordor para destruir o deshacer el anillo en el fuego del Monte del Destino constituye un emblema de la imitación cristiana de Cristo llevando la cruz del pecado.
A su más profundo nivel, “El señor de los anillos” es una obra de Pasión eminentemente mística. Llevar el anillo — emblema del pecado — es llevar la cruz. Ésta es la aplicabilidad primordial del “Señor de los anillos” — que debemos perder nuestra vida para ganarla; que hasta que muramos no podemos vivir; que todos debemos aceptar nuestra cruz y seguirle.
Todo esto se podría deducir de la historia en sí pero Tolkien hace el paralelismo aún más explícito. “Yo debería decir”, escribió, explicando los momentos finales en el Monte del Destino, “que dentro del modo de la historia, esto ejemplifica (un aspecto de) las conocidas palabras: 'Perdona nuestras deudas así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación más líbranos del mal”.
Por si esto no fuera suficiente para silenciar a aquellos escépticos que rechazan con obstinación reconocer la primordial dimensión cristiana del “Señor de los anillos“, Tolkien la hace aún más inequívoca, e inevitable, en el hecho de que el culminante intento por destruir el anillo, y como consecuencia al Señor Oscuro que lo había forjado, ocurre el “25 de Marzo”
La importancia de esta fecha no escapará a la atención de los estudiosos católicos, aunque es ciertamente pasada por alto con demasiada frecuencia por los admiradores no cristianos de Tolkien. Tom Shippey, un estudioso anglosajón y experto en Tolkien, afirma en su libro, “El camino a la Tierra Media“, que en “la creencia anglosajona, y en la tradición popular europea tanto antes como después, el 25 de Marzo es la fecha de la crucifixión".
Es también, por supuesto, la fiesta de la Anunciación, la celebración del centro absoluto de toda historia, el momento en el que Dios se encarna en hombre.
Católico y catedrático de Oxford, Tolkien sabía muy bien la importancia del "25 de Marzo". Ésta significaba la forma en la que Dios había "deshecho" la Caída, que, como el anillo, había situado a la humanidad bajo el dominio de “la Sombra”. Si el anillo que el héroe quiere “deshacer” en la culminación de la búsqueda de Tolkien es “un anillo para gobernarlos a todos y atarlos en las tinieblas”, la Caída fue “un pecado para gobernarlos a todos y atarlos en las tinieblas”. El 25 de Marzo, el pecado, como el anillo, había sido “deshecho”, destruyendo el poder del Señor Oscuro.
Aparte de este paralelismo crucial, hay, por supuesto, muchos otros ejemplos de la verdad católica resplandeciendo desde las páginas de la obra maestra de Tolkien — demasiadas para mencionarlas en un solo artículo. Es, sin embargo, muy reconfortante en medio de estos oscuros días, que el libro más popular del siglo XX y la película más popular del nuevo siglo, saque su poder y su gloria de la luz del Evangelio.

Traducido de Catholic Education



Entrevista a Joseph Pearce sobre el «Señor de los Anillos» NUEVA YORK, 19 noviembre 2001 (ZENIT.org).

«El Señor de los Anillos» es posiblemente el libro más vendido del siglo XX. Pearce reflexiona sobre Tolkien (1892-1973) y su obra en esta entrevista.

--Algunos critican las historias fantásticas del autor de Oxford, considerando que detrás tienen una orientación pagana. ¿Es este el género de Tolkien?

--Tolkien habla de mitos y de cuentos de hadas más que de «fantasía». Fue un practicante toda su vida y un auténtico católico practicante que creía que la mitología tenía la función de transmitir ciertas verdades transcendentes que de otro modo son casi imposibles de decir dentro de los límites fácticos de la novela «realista».

Para comprender la «filosofía del mito» de Tolkien, es útil empezar con una máxima de G.K. Chesterton: «los hechos no vienen antes; la verdad es la primera» («not facts first, truth first»).

Tolkien y Chesterton diferenciaron claramente entre hechos, que son algo puramente físico, y la verdad, que es metafísica.

De este modo, un mito o un cuento de hadas pueden expresar amor y odio, egoísmo y autosacrificio, lealtad y traición, bien y mal... Se trata de realidades metafísicas verdaderas, aunque expresadas en un marco mitológico.

No es necesario que los cristianos se preocupen del papel de una «historia» como transmisora de verdad. Después de todo, Cristo fue el más grande narrador de historias de todos. Sus parábolas podrían no estar basadas en hechos pero no necesariamente estos hechos fueron reales.

Tome, por ejemplo, la parábola del hijo pródigo. Probablemente, Cristo no se estaba refiriendo a un hijo concreto, ni a un padre en concreto, ni a un hermano envidioso en particular. El poder de la historia no reside en el hecho de que esté basada en los hechos sino en que está llena de verdad.

No pasa nada si el hijo pródigo nunca existió como persona concreta; existe en cada uno de nosotros. Nosotros somos todos, en un momento u otro, un hijo pródigo, un padre que perdona o un hermano envidioso. Es «aplicable» a todos nosotros. Es la verdad de la historia, lo que importa, no sus hechos.

Este era el punto de vista de Tolkien. Por otra parte, hay más verdad en «El Señor de los Anillos» que en muchos ejemplos de realismo ficticio.

--En años recientes, lo mágico como juegos, espectáculos de televisión, etc. han cobrado mucha popularidad entre los adolescentes. Dado el modo en que los poderes mágicos son presentados en «El Señor de los Anillos», ¿piensa que podría ser peligroso para nuestros chavales?

--Hay muy poco que pueda ser denominado mágico en «El Señor de los Anillos». Hay mucho más de sobrenatural, pero sólo en el sentido de que Dios es sobrenatural, o que Satán es sobrenatural, o que el bien y el mal son sobrenaturales.

Sería más apropiado describir lo llamado mágico en «El Señor de los Anillos» como «milagroso», cuando sirve al bien y «demoníaco», cuando sirve al mal.

La Tierra Media de Tolkien, el mundo en el que encuadra «El Señor de los Anillos», está bajo el poder final del Unico Dios. Está también bajo la influencia corruptiva de Melkor, el ángel caído que es el Satán de Tolkien.

El mayor servidor de Satán, Sauron, es el Señor de las Tinieblas que es el enemigo en «El Señor de los Anillos». En otras palabras, la Comunidad del Anillo está en lucha para acabar con los siervos de Satán.

¿Cómo pueden los cristianos poner objeciones a una búsqueda cuyo propósito es frustrar los malos designios de un enemigo demoníaco? Lejos de ser una «fantasía», «El Señor de los Anillos» es un «thriller» teológico.

--¿Usted piensa que esta era la intención de Tolkien?

--No hay duda de que «El Señor de los Anillos» es un mito profundamente cristiano pero esto no significa que sea una alegoría.

A Tolkien no le gustaba la alegoría pues la consideraba como una forma literaria más bien tosca. En una alegoría, el escritor empieza con aquello que se propone demostrar y construye una historia para llegar a este propósito. La historia es realmente poco menos que un medio para ilustrar la moraleja.

Tolkien creía que un mito no debería ser alegórico sino que debería ser «aplicable». En otras palabras, la verdad que emerge en la historia puede ser aplicada a la verdad que emerge de la vida.

Hay, de todos modos, bastante de verdad en «El Señor de los Anillos» aunque su autor nunca se propuso intencionalmente presentar alegóricamente su obra. Es, quizás, una sutil distinción pero era algo que Tolkien creía que era importante.

--¿Qué valores piensa que nos puede enseñar «El Señor de los Anillos»?

--Los valores que surgen en «El Señor de los Anillos» son valores que manan del Evangelio.

En la caracterización del hobbit, el más improbable de los héroes, vemos la exaltación de la humildad. En la figura de Gandalf, vemos el arquetipo de un patriarca del Antiguo Testamento, su bastón aparentemente tenía el mismo poder que el de Moisés.

En su aparente «muerte» y «resurrección», lo vemos emerger como una figura semejante a Cristo. Su «resurrección» se convierte en su transfiguración.

Antes de entregar su vida por su amigos era Gandalf el Gris; después, se convierte en Gandalf el Blanco. Es blanqueado en la pureza de su autosacrificio y emerge más poderoso en virtud que nunca.

El personaje de Gollum es degradado por su apego al Anillo, el símbolo del pecado de orgullo. El poseedor del Anillo es poseído por su posesión y, en consecuencia, es desposeído de su alma. El portador del Anillo siempre se hace invisible a aquellos que son buenos, pero al mismo tiempo se hace más visible a los ojos del mal.

Entonces vemos que el pecador se excomulga a sí mismo de la sociedad de los buenos y entra en el mundo de Satán.

Por último, el hecho de llevar el anillo por parte de Frodo, y su heroica lucha por resistir a la tentación de sucumbir a sus poderes maléficos, es semejante al llevar la Cruz, el supremo acto de olvido de sí.

De este modo, en «El Señor de los Anillos», las fuerzas del mal son vistas como poderosas pero no omnipotentes. Se da la percepción de que la divina providencia está del lado de la Comunidad y que, al final, ésta prevalecerá contra todos los pronósticos. Como Tolkien dice sucintamente, «Sobre todas las sombras cabalga el Sol».

--Muchos se quejan de la depravación de los medios de comunicación. ¿Qué podemos aprender de Tolkien para mejorar la calidad del entretenimiento?

--La mayor lección de Tolkien es la naturaleza objetiva de la verdad. El mal es real; al igual que el bien.

Bondad es la real presencia de Dios; mal es su real ausencia. Tolkien no tiene tiempo para el relativismo amoral que prevalece en buena parte del entretenimiento actual.

El hecho de que el mito de Tolkien contenga más verdad que muchas obras realistas constituye una condena de la falsa imagen que presentan los medios de comunicación.

Wednesday, December 23, 2009

G. K. Chesterton sobre la Navidad


La Navidad, que en el siglo XVII tuvo que ser rescatada de la tristeza, tiene que ser rescatada en el siglo XX de la frivolidad. La Navidad, como tantas otras creaciones cristianas y católicas, es una boda. Es la boda del más indómito espíritu de gozo humano con el más elevado espíritu de humildad y sentido místico. Y el paralelo de una boda es bien válido en más de una manera; porque este nuevo peligro que amenaza la Navidad es el mismo que hace tiempo ha vulgarizado y viciado las bodas. Es lógico que haya pompa y gozo popular en una boda; de ninguna manera estoy de acuerdo con los que querrían que fuera algo privado y personal, como la declaración de amor o el compromiso de matrimonio. Si una persona no está orgullosa de casarse, ¿de qué podrá enorgullecerse?, ¿y por qué se empeña entonces en casarse? Pero en casos normales todo este jolgorio que se organiza está subordinado al matrimonio porque existe “en honor” del matrimonio. Fueron a ese lugar a casarse, no a alegrarse; y se alegran porque se han casado. Sin embargo, en tantas bodas de famosos se pierden de vista por completo este serio objetivo y no queda nada más que la frivolidad. Porque la frivolidad es el intento de alegrarse sin nada sobre lo que alegrarse. El resultado es que al final hasta la frivolidad como frivolidad empieza a desvanecerse. Quienes empezaron a juntarse sólo por diversión acaban haciéndolo sólo porque está de moda; y no queda ni siquiera la más débil sugestión de regocijo, sino tan sólo de ruido y alboroto.

De manera parecida, la gente está perdiendo la capacidad de disfrutar la Navidad porque la ha identificado con el regocijo. Una vez que han perdido de vista la antigua sugestión de que es por alguna cosa que ocurre, caen naturalmente en pausas en las que se preguntan con asombro si es que ocurre algo de verdad. Que se nos diga que nos alegremos el día de Navidad es razonable e inteligente, pero sólo si se entiende lo que el mismo nombre de la fiesta significa. Que se nos diga que nos alegremos el 25 de diciembre es como si alguien nos dice que nos alegremos a las once y cuarto de un jueves por la mañana. Uno no puede ser frívolo así, de repente, a no ser que crea que existe una razón seria para ser frívolo. Un hombre podría organizar una fiesta si hubiera heredado una fortuna; incluso podría hacer bromas sobre la fortuna. Pero no haría nada de eso si la fortuna fuera una broma. No sería tan bullicioso, le hubiera dejado puñados de billetes bancarios falsos o un talonario de cheques sin fondos. Por divertida que fuera la acción del testador, no sería durante mucho tiempo ocasión de festividades sociales y celebraciones de todo tipo. No se puede empezar ni siquiera una francachela por una herencia que es sólo ficticia. No se puede empezar una francachela para celebrar un milagro del que se sabe que no es más que un engaño de milagro. Al desechar el aspecto divino de la Navidad y exigir sólo el humano, se está pidiendo demasiado a la naturaleza humana. Se está pidiendo a los ciudadanos que iluminen la ciudad por una victoria que no ha tenido lugar.

Hoy nuestra tarea consiste en rescatar la festividad de la frivolidad. Es la única manera de que vuelva a ser festiva. Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad: algunas veces festejan con exceso en lo que se refiere a comer una tarta o un pavo, pero no hay nunca nada frívolo en su actitud hacia la tarta o el pavo. Y tampoco hay la más mínima frivolidad en su actitud con respecto al árbol de Navidad o a los Reyes Magos. Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre. Pero aun en los niños esa sensatez se encuentra de alguna manera en guerra con la sociedad. La vívida magia de esa noche y de ese día está siendo asesinada por la vulgar veleidad de los otros trescientos sesenta y cuatro días.

(En “La mujer y la familia”. Tomado de Stat Veritas)



Herodes, alarmado por los rumores de que había surgido un misterioso rival, revive el gesto salvaje de los caprichosos déspotas de Asia, y ordena el asesinato de la nueva generación. Todo el mundo sabe la historia, pero no todos han visto su significado. Cuando el tenebroso plan empieza a hacer brillar los ojos de Herodes, puede advertirse que una sombra gris se proyecta detrás de él y mira por encima de su hombro. Su mirada es la de Moloch. Es el Demonio que aguarda el último tributo de la raza de Sem, que en este primer festival de Navidades quiere celebrar también su propia fiesta.

Si no comprendemos bien la presencia del Enemigo, estamos expuestos a falsear la significación de la Navidad. La Navidad, para nosotros los cristianos, ha llegado a ser una cosa dulce, apacible, sencilla, cuando en realidad es algo muy complejo; no es una nota sola, sino el sonido simultáneo de muchas notas: la humildad, la alegría, la gratitud, el miedo místico; pero al mismo tiempo, el alerta y el drama. No es sólo una conmemoración para los pacíficos y los romeros; no es una conferencia de paz hindú. Hay en ella también algo de lucha, de desafío. Algo que hace que cuando las campanas tañen a media noche, su tañido sea tan horrísono como los cañonazos de una batalla, de una batalla que acaba de ganarse. La atmósfera de fiesta que respiramos en las Navidades, como una reminiscencia de la fiesta de aquel sagrado día, no puede hacernos olvidar que la fiesta del Nacimiento se celebró en una caverna.

Verdad es que esa caverna era un refugio contra los enemigos, y que esos enemigos recorrían ya la pradera pedregosa que se extendía sobre ella, como un cielo. Que los cascos de los caballos de Herodes pasaron como un trueno sobre la cabeza de Cristo. Pero esa caverna era como una fortaleza subterránea, adelantaba en el campo enemigo. Herodes, inquieto, sentía que el ataque venía de debajo de tierra, y que como en un terremoto, su palacio se hundía con él.

(En "El hombre eterno")

Saturday, November 21, 2009

Dos artículos sobre "Tristán e Isolda" de Wagner, por Mons. Williamson

“Séame hombre viril y no titubeante”
Comentario Eleison Nº 119
17 de Octubre de 2009
“Tristán” – Escenificación

Después de ausentarme por aproximadamente 40 años del Royal Opera House de Londres, fue un gusto recibir de unos amigos, la semana pasada, un boleto para asistir a la presentación de “Tristán e Isolda” de Wagner. Fue una tarde muy agradable, pero ¡oh queridos amigos!, ¡la producción moderna! Los clásicos del ayer son una cosa; su puesta en escena hoy en día, ¡puede llegar a ser completamente distinta!

Un clásico como “Tristán e Isolda”, que fue puesto en escena por primera vez en 1865, se convirtió en un clásico por su éxito al expresar los problemas humanos y las soluciones que pertenecen a todos los tiempos. Nunca, por ejemplo, habían sido expresadas tan hábil y poderosamente las pasiones del amor romántico entre el hombre y la mujer que en el drama musical de “Tristán”. Pero cada vez que un drama clásico es escenificado, su producción puede obviamente pertenecer sólo a la época de su puesta en escena. De tal modo, el clásico depende en sí mismo del autor, pero la producción depende del productor y de cómo él entiende el clásico que está produciendo.

Wagner puede ser llamado el padre de la música clásica, especialmente debido a la revolución causada por las armonías cromáticas de “Tristán”, en constante cambio. Nadie puede decir que Wagner no es moderno. Sin embargo, lo que la producción actual de “Tristán” en el Covent Garden muestra, es la distancia abismal que existe aún entre el tiempo de Wagner y el nuestro. Puede ser que este productor no haya entendido el texto de Wagner o simplemente no lo tomó en cuenta, lo que podemos ver a través de dos ejemplos: En el Tercer Acto, cuando Kuwenal debería estar buscando el barco de Isolda en el mar, se le muestra observando a Tristán todo el tiempo. Por el contrario, en el texto de Wagner, cuando finalmente Isolda se apresura y encuentra a Tristán en su lecho de muerte, ella se encuentra observándolo para poder percibir tan siquiera una señal de vida, ¡pero este productor la coloca en el piso dándole la espalda! Esta violación flagrante del texto original, y del sentido común, se hizo presente a través de toda la obra, de principio a fin.

¿Qué es lo que el productor pensó que estaba haciendo? Me gustaría saberlo. O no tenía sentido común o, si lo tenía, se propuso desafiarlo deliberadamente. Peor aún, la Royal Opera House probablemente le pagó una gran cantidad para que lo hiciera, debido a que a su juicio la audiencia de hoy en día disfrutaría el reto. A uno se le viene a la mente Picasso cuando decía que sabía que su arte no tenía sentido, pero también sabía que era lo que la gente quería. En efecto, el público de la semana pasada, que debería haber abucheado las tonterías que sucedían en el escenario, en lugar de eso atendió a la obra con docilidad y aplaudió calurosamente. En el país natal de Wagner, hoy en día, a menos que esté equivocado, las producciones clásicas de sus operas son raras.

Uno está obligado a preguntarse, ¿qué es lo que está pasando con el sentido común? ¿Hacia dónde se dirige la audiencia de hoy en día? ¿Cómo podrá la gente sobrevivir por un largo tiempo si encuentra placer, por ejemplo, en amantes que se dan la espalda al momento de morir? Objeción: esto es solamente teatro. Contestación: el teatro refleja como un espejo a la sociedad. Conclusión: la sociedad hoy en día, o no tiene sentido común, o está pisoteando el poco que le queda. Ya que el sentido común es el sentido de la realidad, esta clase de sociedad no puede sobrevivir.

Kyrie eleison.
Londres, Inglaterra





El acorde de “Tristán”
Comentario Eleison Nº 120
24 de Octubre de 2009


A una estructura objetiva del alma humana, corresponde una estructura objetiva de la música. Ambas pueden ser perturbadas por las opciones discordantes de los hombres; pero el libre albedrío subjetivo no puede cambiar estas estructuras, ni su correspondencia recíproca. ¿No es sentido común que así como es corriente la música suave en los supermercados para estimular a las mujeres a comprar, se ejecuta música vigorosa en el ejército para incitar a los hombres a marchar? La mercadotecnia y la milicia son actividades demasiado reales para permitir que las interfieran las fantasías del liberalismo.

Aún así, los liberales fantasean. De ahí, sin duda, la actual producción de “Tristán e Isolda” en el Covent Garden, que se esfuerza en “desconstruir” la obra maestra de Wagner, como se describió en el Comentario Eleison de la semana anterior. Sin embargo, un artículo de dos páginas incluido en las notas del programa para la misma producción, ilustra la correspondencia objetiva entre clases de música y clases de reacciones humanas. Quisiera poder citarlo todo, pero no se asusten de los detalles técnicos, lectores, porque estos son precisamente los que prueban el punto.

El artículo está tomado del libro “Vorhang Auf!” (“Arriba el telón”), de un director alemán que aun vive: Ingo Metzmacher. Se centra en el famoso “Acorde Tristán”, que aparece por primera vez en el tercer compás del preludio. El acorde consiste en un tritono (o cuarta aumentada), fa y si abajo de do central (do4) y arriba de él, una cuarta: re sostenido y sol sostenido. En este acorde, dice el autor, hay una tremenda tensión interna en busca de una resolución, pero de las cuatro veces que este acorde aparece en los primeros 14 compases del Preludio, sólo se resuelve en la dominante 7ª; un acorde irresoluto de por sí y que clama por una resolución. Y cuando al final se alcanza un acorde estable en fa mayor en el compás 18, inmediatamente es desestabilizado por una nota baja elevándose un semitono medio compás adelante, y así sucesivamente.

Los semitonos son de hecho la clave, dice Metzmacher, del nuevo sistema armónico inventado por Wagner en “Tristán” para expresar el anhelo ilimitado del amor romántico. Los semitonos “actúan como un virus; no hay sonido que esté a salvo de ellos y no hay nota que pueda estar cierta de que no variará hacia arriba o hacia abajo”. Los acordes así fraccionados continuamente, reparados e inmediatamente fraccionados otra vez, constituyen una procesión implacable de estados de tensión irresoluta, que corresponde perfectamente en música al deseo mutuo de los amantes, “creciendo inmensurablemente como un resultado de la imposibilidad de encontrarse plenamente”.

Pero Metzmacher señala el precio que se ha de pagar: la música basada en el sistema de claves, una mezcla estructurada de semitonos con tonos plenos, “toma su fuerza vital de una habilidad de darnos con una clave particular, la sensación de estar en casa”. Por el contrario, con el sistema de Tristán, “nunca podemos estar ciertos de que un sentimiento seguro no es en realidad una decepción”. Así, el acorde de Tristán “marca un punto de inflexión en la historia no sólo de la música, sino de toda la humanidad”. Metzmacher entendería bien el viejo proverbio chino: “cuando la modalidad de la música cambia, los muros de la ciudad tiemblan”.

Quizá como la música tonal subvertida de “Tristán”, así este productor del Convent Garden intentó subvertir “Tristán”. Entonces ¿dónde se detiene la desconstrucción de la vida y la música? Respuesta no wagneriana: ¡En las verdaderas celebraciones de la Misa! Con la Nueva Misa Masónica, los verdaderos Católicos nunca se sentirán en casa.

Kyrie eleison.
Londres, Inglaterra

(Traducción: Radiocristiandad)

Monday, August 17, 2009

Valle-Inclán por sí mismo

Juventud militante
Autobiografías



Este que veis aquí, de rostro español y quevedesco, de negra guedeja y luenga barba, soy yo: Don Ramón María del Valle-Inclán.

Estuvo el comienzo de mi vida lleno de riesgos y azares. Fui hermano converso en un monasterio de cartujos, y soldado en tierras de la Nueva España. Una vida como la de aquellos segundones hidalgos que se enganchaban en los tercios de Italia por buscar lances de amor, de espada y de fortuna. Como los capitanes de entonces, tengo una divisa, y esa divisa es como yo, orgullosa y resignada: «Desdeñar a los demás y no amarse a sí mismo.»

Hoy, marchitas ya las juveniles flores y moribundos todos los entusiasmos, divierto penas y desengaños comentando las Memorias amables que empezó a escribir en la emigración mi noble tío el marqués de Bradomín. ¡Aquel viejo, cínico, descreído y galante como un cardenal del Renacimiento! Yo, que en buen hora lo diga, jamás sentí el amor de la familia, lloro muchas veces, de admiración y de ternura, sobre el manuscrito de las Memorias.

Todos los años, el día de Difuntos, mando decir misas por el alma de aquel gran señor, que era feo, católico y sentimental. Cabalmente yo también lo soy, y esta semejanza todavía le hace más caro a mi corazón.

Apenas cumplí la edad que se llama juventud, como final a unos amores desgraciados, me embarqué para Méjico en La Dalila, una fragata que al siguiente viaje naufragó en las costas de Yucatán. Por aquel entonces era yo algo poeta, con ninguna experiencia y harta novelería en la cabeza. Creía de buena fe en muchas cosas que ahora pongo en duda, y libre de escepticismos dábame buena prisa a gozar de la existencia. Aunque no lo confesase, y acaso sin saberlo, era feliz: soñaba realizar altas empresas, como un aventurero de otros tiempos, y despreciaba las glorias literarias.

A bordo de La Dalila –lo recuerdo con orgullo– asesiné a Sir Roberto Yones. Fue una venganza digna de Benvenuto Celline. Os diré cómo fue, aun cuando sois incapaces de comprender su belleza: pero mejor será que no os lo diga; seríais capaces de horrorizaros. Básteos saber que, a bordo de La Dalila, solamente el capellán sospechó de mí. Yo lo adiviné a tiempo, y confesándome con él pocas horas después de cometido el crimen, le impuse silencio antes de que sus sospechas se trocasen en certeza, y obtuve, además, la absolución de mi crimen y la tranquilidad de mi conciencia.

Aquel mismo día la fragata dio fondo en aguas de Veracruz y desembarqué en aquella playa abrasada, donde desembarcaron antes que pueblo alguno de la vieja Europa los aventureros españoles. La ciudad que fundaron, y a la que dieron abolengo de valentía, espejábase en el mar quieto y de plomo, como si mirase fascinada la ruta que trajeron los hombres blancos. Confieso que en tal momento sentí levantarse en mi alma de hidalgo y de cristiano el rumor augusto de la historia. Uno de mis antepasados, Gonzalo de Sandoval, había fundado en aquellas tierras el Reino de la Nueva Galicia. Yo, siguiendo los impulsos de una vida errante, iba a perderme como él en la vastedad del viejo Imperio Azteca, imperio de historia desconocida, sepultada para siempre con las momias de sus reyes, entre restos ciclópeos que hablan de civilizaciones, de cultos, de razas que fueron y sólo tienen par en ese misterioso cuanto remoto Oriente.


Después abrid Santillana
un paréntesis aquí,
y poned en él de mí
cuanto más os diere gana.


R. del Valle-Inclán.

Alma Española

Madrid, 27 de diciembre de 1903

De: filosofia.org

Saturday, August 08, 2009

Un día especial


AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
Francisco de Quevedo


Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.




Sueño de amor (Liebestraum) de Franz Liszt


"Duda que sean fuego las estrellas, duda que el sol se mueva, duda que la verdad sea mentira, pero no dudes jamás de que te amo"
William Shakespeare

Sunday, August 02, 2009

La aventura del estudiante alemán, por Washington Irving

Una noche borrascosa, durante la procelosa época de la Revolución francesa, a altas horas de la noche, un joven alemán regresaba a su alojamiento, cruzando la parte antigua de París. Relampagueaba y en las imponentes calles estrechas resonaba el fragor de los truenos; pero primero debo decir algo acerca de este joven alemán.
Gottfried Wolfgang era un joven de buena familia. Durante algunos años había estudiado en la Universidad de Gotinga, pero como tenía un espíritu entusiasta y era un visionario, se dedicó a esas extrañas doctrinas especulativas, que durante tanto tiempo han fascinado a los estudiantes alemanes. Su vida retirada, su intensa dedicación y la rara naturaleza de sus estudios produjeron un extraño efecto sobre su cuerpo y espíritu. Su salud se resintió y su imaginación enfermó. Se entregó a fantásticas especulaciones acerca de la esencia del espíritu, hasta que, como Swedenborg, se encerró en un mundo ideal, que construyó a su alrededor. Se imaginaba, sin que se sepa cómo ni por qué, que sobre él pesaba una influencia
diabólica; que un genio o espíritu maligno buscaba posesionarse de él y perderlo. El peso de esta idea produjo sobre su temperamento melancólico los resultados más sombríos; se dejó agobiar por el abatimiento. Sus amigos descubrieron la enfermedad mental que lo tenía en tal zozobra y decidieron que el mejor remedio era un cambio de ambiente; así, se decidió que fuera a continuar sus estudios en la alegre y esplendorosa París.
Wolfgang llegó a París cuando recién empezaba la revolución. El delirio popular capturó de inmediato su entusiasmo y se dejó dominar por las teorías políticas y filosóficas de la época, pero las escenas sangrientas que siguieron sacudieron su naturaleza sensibie y, asqueado con la sociedad y el mundo, se aisló aún más. Se aisló en un apartamento solitario en el Quartier Latin, el barrio de los estudiantes, Allí, en una lóbrega calleja, no lejos de los austeros muros de la Sorbona, continuó sus estudios favoritos. A veces pasaba horas enteras en las grandes bibliotecas de París, catacumbas de autores antiguos, revolcando obras obsoletas entre nubes de polvo, en busca de alimento para su apetito enfermo. En cierta forma, era como un ave de rapiña, que se alimentaba en el osario de la literatura decadente.
Aunque Wolfgang era un solitario, tenía un temperamento ardiente, que durante mucho tiempo sólo actuaba sobre su mente. Era demasiado tímido e ignorante del mundo para hacer proposiciones a las mujeres hermosas, aunque era un apasionado admirador de la belleza femenina y, en su solitaria habitación, a menudo soñaba con formas y rostros que había visto y su fantasía creaba imágenes de belleza que sobrepasaban toda realidad.
Durante uno de estos sueños, su mente excitada le produjo un extraño efecto. Era un rostro femenino de extraordinaria belleza. Tan poderosa fue la impresión recibida, que una y otra vez soñó con él; de día perseguía sus pensamientos y de noche sus sueños; en suma: se enamoró apasionadamente de esta sombra de sus sueños. Tanto duró, que se convirtió en una de esas ideas que están siempre presentes en los melancólicos y que a menudo se confunden con la locura.
Tal era Gottfried Wolfgang y tal su estado en la época a que me refiero. Regresaba a su apartamento una noche tempestuosa, por unas callejas viejas y sombrías del Marais, en la parte antigua de París. Los truenos resonaban sobre las elevadas casas de las estrechas calles.
Llegó a la Place de Greve, donde tenían lugar las ejecuciones públicas. Los relámpagos temblaban sobre los pináculos del antiguo Hotel de Ville y esparcían rayos que centelleaban en el espacio abierto. Al pasar frente a la guillotina, Wolfgang retrocedió con horror. El reinado del terror estaba en su apogeo y la guillotina, espantoso instrumento de tortura, estaba siempre lista; en el cadalso continuamente corría la sangre de los virtuosos y los valientes. Ese mismo día había estado muy activa en su habitual carnicería humana y cruelmente se erguía, en medio de una ciudad silenciosa y dormida, esperando nuevas víctimas.
Wolfgang se angustió, y ya se apartaba tembloroso del horrible instrumento, cuando notó la sombra de una figura que se agachaba al pie de los escalones que conducían al patíbulo. Una sucesión de relámpagos la reveló más claramente: se trataba de una mujer vestida de negro. Estaba sentada en uno de los escalones inferiores, inclinada hacia adelante y con la cara escondida en el regazo; sus largas trenzas desgreñadas le llegaban hasta el suelo, mezclándose con el agua que caía a torrentes. Wolfgang hizo una pausa. Había algo de terrible en ese solitario monumento de dolor. La mujer parecía estar por encima de lo normal. Wolfgang sabía que los tiempos eran azarosos y que muchas hermosas cabezas que antes descansaban sobre cómodos cojines, ahora vagaban desposeídas de hogar. Quizá se tratase de una doliente con el corazón destrozado, a quien la temible hacha había dejado solitaria, a
quien le habían arrebatado sus seres más queridos para arrojarlos a la eternidad.
Se acercó a ella y le habló en tono compasivo. Ella alzó la cara y lo miró salvajemente.¡Cuál sería su asombro al observar, a la luz de un relámpago, que era el mismo rostro que le perseguía en sus sueños! Estaba pálido y desconsolado, pero era el mismo rostro pasmosamente bello.
Tembloroso y dominado por emociones opuestas, Wolfgang se acercó de nuevo a ella. Le habló de estar expuesta a la intemperie a tal hora y con tan violenta tempestad y se ofreció a llevarla a donde sus amigos.
-¡No tengo amigos sobre la tierra! -dijo ella.
-Pero tiene hogar -replicó Wolfgang.
-Sí, ¡en la tumba!
-Si un extraño puede haceros tal ofrecimiento -dijo él- sin peligro de ser mal interpretado, os ofrezco mi habitación como refugio y yo me ofrezco como un amigo devoto. Yo mismo carezco de amigos en París y soy extranjero, pero si mi vida puede seros de utilidad, está a vuestra disposición y estoy dispuesto a sacrificarla antes de que os ocurra algún daño o deshonra.
Había tanta honestidad en la actitud de este joven, que sus palabras tuvieron efecto. Su acento extranjero, también, estaba a su favor: demostraba que no era un habitante común de París. Ciertamente, no se puede dudar de la elocuencia del verdadero entusiasmo. La desconocida se entregó, sin reservas, a la custodia del estudiante.


La sostuvo en su andar vacilante a través del Pont Neuf y por el sitio donde el populacho había derribado la estatua de Enrique IV. La tormenta había cedido y los truenos sólo se oían a lo lejos. Todavía la ciudad estaba tranquila; el gran volcán de pasiones humanas dormitaba, mientras de nuevo recobraba fuerzas para la explosión del día siguiente. El estudiante llevó su carga a través de las antiguas callejas del Quartier Latin y junto a las negruzcas paredes de la Sorbona, hasta el sucio hotel donde habitaba. La vieja portera que les franqueó la entrada, se sorprendió ante el extraño espectáculo de Wolfgang en compañía femenina.

Al entrar en el apartamento, por primera vez el estudiante se sonrojó de ver la pobreza de su habitación. No tenía sino una alcoba, un salón pasado de moda, densamente tallado y fantásticamente amoblado con los restos de una antigua magnificencia, porque era uno de esos hoteles en el barrio del Luxemburgo, que antes perteneciera a la nobleza. Estaba cargado de libros y papeles y todo lo demás que es corriente en un estudiante; su cama estaba en un rincón.
Una vez que Wolfgang hubo encendido una luz y contemplado a la desconocida, más que antes se extasió con su belleza. Su rostro era pálido, pero de una deslumbrante belleza, que resaltaba por la profusión de su brillante cabello, que colgaba como en un racimo a su alrededor. Sus ojos eran grandes y fulgentes y tenían una expresión casi salvaje. Hasta donde su negro vestido permitía observar su figura, esta era casi perfecta. Su apariencia general era en extremo impresionante, aunque estaba vestida muy sencillamente. Lo único que parecía un adorno, era una ancha banda negra que llevaba en el cuello y que estaba adornada con diamantes.
Para el estudiante comenzó la preocupación de cómo ayudar a aquel ser que se había entregado a su custodia. Pensó en dejarle su habitación y buscar alojamiento en otra parte. Pero estaba tan fascinado por sus encantos; parecía haber tal hechizo sobre sus sentidos y su pensamiento, que no podía apartarse de ella. Sus modales, también, eran extraños e indescriptibles. Dejó de hablar de la guillotina. Su pesar había desaparecido. Con sus atenciones, el estudiante se había ganado su confianza y, aparentemente, su corazón. Evidentemente, ella también tenía un espíritu entusiasta como él y las personas así se entienden prontamente.
En el apasionamiento del momento, Wolfgang le confesó su amor. Le contó sus
misteriosos sueños y de cómo ella se había adueñado de su corazón, aun antes de que la hubiera conocido. Ella quedó extrañamente impresionada por esta declaración y accedió a reconocer que se había sentido impulsada hacia él de una manera igualmente indescriptible. Era la época de las teorías desenfrenadas y de las acciones impetuosas. Se suprimían los viejos prejuicios y supersticiones; todo estaba bajo el dominio de la «diosa razón». Entre los disparates de los viejos tiempos, se empezaban a considerar las formas y ceremonias del matrimonio. Los acuerdos sociales estaban de moda. Wolfgang era teórico en demasía para no dejarse tentar por las teorías liberales de su época.
-¿Por qué separarnos? -dijo él-. Nuestros corazones se han unido; ante los ojos de la razón y el honor somos uno solo. ¿Qué necesidad hay de formas sórdidas para unir las almas?
La desconocida escuchaba con atención: evidentemente, había aprendido en la misma escuela.
-No tenéis ni hogar ni familia -prosiguió él-; permitidme ser todo para vos, o mejor, seámoslo todo el uno para el otro. Si las formas son necesarias, las respetaremos. Aquí está mi mano. Me entrego a ti para siempre.
-¿Para siempre? -dijo la desconocida, con solemnidad.
-¡Para siempre! -repitió Wolfgang.
La desconocida apretó la mano extendida y murmuró: -Entonces soy tuya-. Luego se reclinó en el pecho de Wolfgang.
A la mañana siguiente, el estudiante dejó a su esposa durmiendo y salió en busca de una partamento más grande y más apropiado para su nuevo estado. Cuando regresó, encontró acostada a su recién desposada, con la cabeza fuera de la cama y un brazo colgando. Le habló, pero no recibió respuesta alguna. Tomó su mano: estaba fría y sin pulso; su cara estaba pálida y cadavérica. En suma, estaba muerta.


Horrorizado y fuera de sí, llamó a los de la casa. Siguió una escena de confusión. Se llamó a la policía. El oficial de policía entró en la habitación y retrocedió al observar el cuerpo.
-¡Cielos! -exclamó-, ¿cómo llegó esta mujer aquí?
-¿Qué sabe usted de ella? -preguntó ansiosamente Wolfgang.
-¿Qué sé? -dijo el oficial-, ayer fue guillotinada.
Avanzó; deshizo el nudo del collar negro que tenía el cadáver; ¡y la cabeza rodó por el suelo!
El estudiante perdió el control de sí mismo.
-¡El demonio!, ¡el demonio ha tomado posesión de mí! -chillaba-; ¡estoy perdido para siempre!
Trataron de calmarlo, pero todo fue en vano. Estaba dominado por la horrible idea de que un demonio había reanimado el cadáver para apoderarse de él. Se enloqueció y murió en un sanatorio.
El anciano de cabeza fantasmal terminó su relato.
-¿Es este un hecho verdadero? -preguntó el otro caballero.
-Un hecho del cual no se puede dudar -replicó el primero-. Lo obtuve de la mejor fuente.
El estudiante mismo me lo contó. Lo conocí en el manicomio de París.

Wednesday, July 22, 2009

Escenografía wagneriana, parte cuarta

EL ANILLO DEL NIBELUNGO

El oro del Rhin



La Valquiria




Siegfried



El crepúsculo de los dioses