Tuesday, December 29, 2009

Tolkien y el mito cristiano, por Joseph Pearce


"The Lord of the Rings is of course a fundamentally religious and Catholic work; unconsciously so at first, but consciously in the revision. That is why I have not put in, or have cut out, practically all references to anything like 'religion', to cults or practices, in the imaginary world. For the religious element is absorbed into the story and the symbolism."
(JRR Tolkien, Letters, no. 172)


“El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; inconscientemente a primera vista, pero conscientemente en una segunda lectura. Por esta razón no he incluido o he quitado practicamente toda referencia a la religión, culto o prácticas religiosas en el mundo imaginario. El elemento religioso está absorbido por la misma historia y su simbolismo”
(J. R. R. Tolkien, Cartas, nº 172)



Por qué dice Tolkien que El señor de los anillos es una obra católica
Joseph Pearce



A los católicos que lean entrevistas con los responsables de las películas o escuchen los comentarios de los DVD, les podría sorprender escucharles calificar la historia como un ejemplo de virtudes paganas. ¿Cómo pueden decir tal cosa?
El autor de la obra, J.R.R. Tolkien, fue durante toda su vida un devoto católico que se entregó en cuerpo y alma a la escritura del mito que ahora cautiva a una nueva generación medio siglo después de su primera publicación. Tolkien insistió en que el hecho de que él fuese “un cristiano (lo cual se puede deducir de mis historias), y de hecho, un católico”, era el elemento más importante y “verdaderamente significativo” de su obra.

¿Donde está Cristo?

Si es cierto que “El señor de los anillos” es una obra “fundamentalmente religiosa y católica”, ¿por qué Cristo nunca es mencionado en sus páginas? Si la fe católica es en efecto tan “significativa” como su autor afirmaba, ¿dónde están exactamente los indicios católicos que le otorgan ésta importancia?
Como respuesta a la primera de estas preguntas, Cristo nunca es mencionado por su nombre simplemente porque la mitología de Tolkien tiene lugar miles de años antes de la Encarnación. Él no es mencionado en “El señor de los anillos” por la misma razón por la que tampoco se le menciona en el Antiguo Testamento. Aún no había aparecido en persona y, por consiguiente, está presente implícitamente a través de la Gracia, no explícitamente en persona.
Cristo es, sin embargo, el rey de la mitología de Tolkien, que por extensión, apunta a Él de la misma forma que el Antiguo Testamento. Para exponer el tema de un modo conciso, “El señor de los anillos” se entiende mejor si se lee a través del prisma del Evangelio, del mismo modo que el Antiguo Testamento se comprende mejor si se lee teniendo en cuenta el Evangelio.
Desde luego, uno puede leerlo sin ese conocimiento pero hacerlo así conlleva perderse el propósito fundamental de la obra.
Uno puede leer el Antiguo Testamento siendo judío, musulmán o, incluso, agnóstico o ateo, pero no entenderá el carácter profético del antiguo como una prefiguración o profecía del nuevo. Uno puede leer “El señor de los anillos” siendo ateo o agnóstico, o es más, siendo un neo-pagano del New Age, pero no entenderá su importancia “fundamentalmente religiosa y católica”. Uno chapoteará en la superficie de las sombras, en lugar de sumergirse de cabeza en las gloriosas profundidades de la luz.
“Por encima de todas las sombras sale el sol”, afirma Samwise Gamgee entre las Escaleras de Cirith Ungol en “Las dos torres“, declarando su fe y esperanza en un poder inalcanzable para la Sombra. El ilusionado hobbit, como el cristiano lleno de esperanza, no cae en la desesperación, incluso en medio de la maldad más grande. La oscuridad nunca puede prevalecer a la larga en presencia del Sol que nunca se pone.


Los símbolos

Si, no obstante, nunca se menciona a Cristo por su nombre en “El señor de los anillos“, ¿cómo podemos distinguir su invisible presencia?
El paralelismo más obvio entre el mito de Tolkien y la Verdad cristiana, que se refleja con tanta exactitud, está en la naturaleza de la búsqueda, que constituye el animus principal de la historia de Tolkien. El viaje de Frodo y Sam al mismísimo centro de Mordor para destruir o deshacer el anillo en el fuego del Monte del Destino constituye un emblema de la imitación cristiana de Cristo llevando la cruz del pecado.
A su más profundo nivel, “El señor de los anillos” es una obra de Pasión eminentemente mística. Llevar el anillo — emblema del pecado — es llevar la cruz. Ésta es la aplicabilidad primordial del “Señor de los anillos” — que debemos perder nuestra vida para ganarla; que hasta que muramos no podemos vivir; que todos debemos aceptar nuestra cruz y seguirle.
Todo esto se podría deducir de la historia en sí pero Tolkien hace el paralelismo aún más explícito. “Yo debería decir”, escribió, explicando los momentos finales en el Monte del Destino, “que dentro del modo de la historia, esto ejemplifica (un aspecto de) las conocidas palabras: 'Perdona nuestras deudas así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación más líbranos del mal”.
Por si esto no fuera suficiente para silenciar a aquellos escépticos que rechazan con obstinación reconocer la primordial dimensión cristiana del “Señor de los anillos“, Tolkien la hace aún más inequívoca, e inevitable, en el hecho de que el culminante intento por destruir el anillo, y como consecuencia al Señor Oscuro que lo había forjado, ocurre el “25 de Marzo”
La importancia de esta fecha no escapará a la atención de los estudiosos católicos, aunque es ciertamente pasada por alto con demasiada frecuencia por los admiradores no cristianos de Tolkien. Tom Shippey, un estudioso anglosajón y experto en Tolkien, afirma en su libro, “El camino a la Tierra Media“, que en “la creencia anglosajona, y en la tradición popular europea tanto antes como después, el 25 de Marzo es la fecha de la crucifixión".
Es también, por supuesto, la fiesta de la Anunciación, la celebración del centro absoluto de toda historia, el momento en el que Dios se encarna en hombre.
Católico y catedrático de Oxford, Tolkien sabía muy bien la importancia del "25 de Marzo". Ésta significaba la forma en la que Dios había "deshecho" la Caída, que, como el anillo, había situado a la humanidad bajo el dominio de “la Sombra”. Si el anillo que el héroe quiere “deshacer” en la culminación de la búsqueda de Tolkien es “un anillo para gobernarlos a todos y atarlos en las tinieblas”, la Caída fue “un pecado para gobernarlos a todos y atarlos en las tinieblas”. El 25 de Marzo, el pecado, como el anillo, había sido “deshecho”, destruyendo el poder del Señor Oscuro.
Aparte de este paralelismo crucial, hay, por supuesto, muchos otros ejemplos de la verdad católica resplandeciendo desde las páginas de la obra maestra de Tolkien — demasiadas para mencionarlas en un solo artículo. Es, sin embargo, muy reconfortante en medio de estos oscuros días, que el libro más popular del siglo XX y la película más popular del nuevo siglo, saque su poder y su gloria de la luz del Evangelio.

Traducido de Catholic Education



Entrevista a Joseph Pearce sobre el «Señor de los Anillos» NUEVA YORK, 19 noviembre 2001 (ZENIT.org).

«El Señor de los Anillos» es posiblemente el libro más vendido del siglo XX. Pearce reflexiona sobre Tolkien (1892-1973) y su obra en esta entrevista.

--Algunos critican las historias fantásticas del autor de Oxford, considerando que detrás tienen una orientación pagana. ¿Es este el género de Tolkien?

--Tolkien habla de mitos y de cuentos de hadas más que de «fantasía». Fue un practicante toda su vida y un auténtico católico practicante que creía que la mitología tenía la función de transmitir ciertas verdades transcendentes que de otro modo son casi imposibles de decir dentro de los límites fácticos de la novela «realista».

Para comprender la «filosofía del mito» de Tolkien, es útil empezar con una máxima de G.K. Chesterton: «los hechos no vienen antes; la verdad es la primera» («not facts first, truth first»).

Tolkien y Chesterton diferenciaron claramente entre hechos, que son algo puramente físico, y la verdad, que es metafísica.

De este modo, un mito o un cuento de hadas pueden expresar amor y odio, egoísmo y autosacrificio, lealtad y traición, bien y mal... Se trata de realidades metafísicas verdaderas, aunque expresadas en un marco mitológico.

No es necesario que los cristianos se preocupen del papel de una «historia» como transmisora de verdad. Después de todo, Cristo fue el más grande narrador de historias de todos. Sus parábolas podrían no estar basadas en hechos pero no necesariamente estos hechos fueron reales.

Tome, por ejemplo, la parábola del hijo pródigo. Probablemente, Cristo no se estaba refiriendo a un hijo concreto, ni a un padre en concreto, ni a un hermano envidioso en particular. El poder de la historia no reside en el hecho de que esté basada en los hechos sino en que está llena de verdad.

No pasa nada si el hijo pródigo nunca existió como persona concreta; existe en cada uno de nosotros. Nosotros somos todos, en un momento u otro, un hijo pródigo, un padre que perdona o un hermano envidioso. Es «aplicable» a todos nosotros. Es la verdad de la historia, lo que importa, no sus hechos.

Este era el punto de vista de Tolkien. Por otra parte, hay más verdad en «El Señor de los Anillos» que en muchos ejemplos de realismo ficticio.

--En años recientes, lo mágico como juegos, espectáculos de televisión, etc. han cobrado mucha popularidad entre los adolescentes. Dado el modo en que los poderes mágicos son presentados en «El Señor de los Anillos», ¿piensa que podría ser peligroso para nuestros chavales?

--Hay muy poco que pueda ser denominado mágico en «El Señor de los Anillos». Hay mucho más de sobrenatural, pero sólo en el sentido de que Dios es sobrenatural, o que Satán es sobrenatural, o que el bien y el mal son sobrenaturales.

Sería más apropiado describir lo llamado mágico en «El Señor de los Anillos» como «milagroso», cuando sirve al bien y «demoníaco», cuando sirve al mal.

La Tierra Media de Tolkien, el mundo en el que encuadra «El Señor de los Anillos», está bajo el poder final del Unico Dios. Está también bajo la influencia corruptiva de Melkor, el ángel caído que es el Satán de Tolkien.

El mayor servidor de Satán, Sauron, es el Señor de las Tinieblas que es el enemigo en «El Señor de los Anillos». En otras palabras, la Comunidad del Anillo está en lucha para acabar con los siervos de Satán.

¿Cómo pueden los cristianos poner objeciones a una búsqueda cuyo propósito es frustrar los malos designios de un enemigo demoníaco? Lejos de ser una «fantasía», «El Señor de los Anillos» es un «thriller» teológico.

--¿Usted piensa que esta era la intención de Tolkien?

--No hay duda de que «El Señor de los Anillos» es un mito profundamente cristiano pero esto no significa que sea una alegoría.

A Tolkien no le gustaba la alegoría pues la consideraba como una forma literaria más bien tosca. En una alegoría, el escritor empieza con aquello que se propone demostrar y construye una historia para llegar a este propósito. La historia es realmente poco menos que un medio para ilustrar la moraleja.

Tolkien creía que un mito no debería ser alegórico sino que debería ser «aplicable». En otras palabras, la verdad que emerge en la historia puede ser aplicada a la verdad que emerge de la vida.

Hay, de todos modos, bastante de verdad en «El Señor de los Anillos» aunque su autor nunca se propuso intencionalmente presentar alegóricamente su obra. Es, quizás, una sutil distinción pero era algo que Tolkien creía que era importante.

--¿Qué valores piensa que nos puede enseñar «El Señor de los Anillos»?

--Los valores que surgen en «El Señor de los Anillos» son valores que manan del Evangelio.

En la caracterización del hobbit, el más improbable de los héroes, vemos la exaltación de la humildad. En la figura de Gandalf, vemos el arquetipo de un patriarca del Antiguo Testamento, su bastón aparentemente tenía el mismo poder que el de Moisés.

En su aparente «muerte» y «resurrección», lo vemos emerger como una figura semejante a Cristo. Su «resurrección» se convierte en su transfiguración.

Antes de entregar su vida por su amigos era Gandalf el Gris; después, se convierte en Gandalf el Blanco. Es blanqueado en la pureza de su autosacrificio y emerge más poderoso en virtud que nunca.

El personaje de Gollum es degradado por su apego al Anillo, el símbolo del pecado de orgullo. El poseedor del Anillo es poseído por su posesión y, en consecuencia, es desposeído de su alma. El portador del Anillo siempre se hace invisible a aquellos que son buenos, pero al mismo tiempo se hace más visible a los ojos del mal.

Entonces vemos que el pecador se excomulga a sí mismo de la sociedad de los buenos y entra en el mundo de Satán.

Por último, el hecho de llevar el anillo por parte de Frodo, y su heroica lucha por resistir a la tentación de sucumbir a sus poderes maléficos, es semejante al llevar la Cruz, el supremo acto de olvido de sí.

De este modo, en «El Señor de los Anillos», las fuerzas del mal son vistas como poderosas pero no omnipotentes. Se da la percepción de que la divina providencia está del lado de la Comunidad y que, al final, ésta prevalecerá contra todos los pronósticos. Como Tolkien dice sucintamente, «Sobre todas las sombras cabalga el Sol».

--Muchos se quejan de la depravación de los medios de comunicación. ¿Qué podemos aprender de Tolkien para mejorar la calidad del entretenimiento?

--La mayor lección de Tolkien es la naturaleza objetiva de la verdad. El mal es real; al igual que el bien.

Bondad es la real presencia de Dios; mal es su real ausencia. Tolkien no tiene tiempo para el relativismo amoral que prevalece en buena parte del entretenimiento actual.

El hecho de que el mito de Tolkien contenga más verdad que muchas obras realistas constituye una condena de la falsa imagen que presentan los medios de comunicación.

Wednesday, December 23, 2009

G. K. Chesterton sobre la Navidad


La Navidad, que en el siglo XVII tuvo que ser rescatada de la tristeza, tiene que ser rescatada en el siglo XX de la frivolidad. La Navidad, como tantas otras creaciones cristianas y católicas, es una boda. Es la boda del más indómito espíritu de gozo humano con el más elevado espíritu de humildad y sentido místico. Y el paralelo de una boda es bien válido en más de una manera; porque este nuevo peligro que amenaza la Navidad es el mismo que hace tiempo ha vulgarizado y viciado las bodas. Es lógico que haya pompa y gozo popular en una boda; de ninguna manera estoy de acuerdo con los que querrían que fuera algo privado y personal, como la declaración de amor o el compromiso de matrimonio. Si una persona no está orgullosa de casarse, ¿de qué podrá enorgullecerse?, ¿y por qué se empeña entonces en casarse? Pero en casos normales todo este jolgorio que se organiza está subordinado al matrimonio porque existe “en honor” del matrimonio. Fueron a ese lugar a casarse, no a alegrarse; y se alegran porque se han casado. Sin embargo, en tantas bodas de famosos se pierden de vista por completo este serio objetivo y no queda nada más que la frivolidad. Porque la frivolidad es el intento de alegrarse sin nada sobre lo que alegrarse. El resultado es que al final hasta la frivolidad como frivolidad empieza a desvanecerse. Quienes empezaron a juntarse sólo por diversión acaban haciéndolo sólo porque está de moda; y no queda ni siquiera la más débil sugestión de regocijo, sino tan sólo de ruido y alboroto.

De manera parecida, la gente está perdiendo la capacidad de disfrutar la Navidad porque la ha identificado con el regocijo. Una vez que han perdido de vista la antigua sugestión de que es por alguna cosa que ocurre, caen naturalmente en pausas en las que se preguntan con asombro si es que ocurre algo de verdad. Que se nos diga que nos alegremos el día de Navidad es razonable e inteligente, pero sólo si se entiende lo que el mismo nombre de la fiesta significa. Que se nos diga que nos alegremos el 25 de diciembre es como si alguien nos dice que nos alegremos a las once y cuarto de un jueves por la mañana. Uno no puede ser frívolo así, de repente, a no ser que crea que existe una razón seria para ser frívolo. Un hombre podría organizar una fiesta si hubiera heredado una fortuna; incluso podría hacer bromas sobre la fortuna. Pero no haría nada de eso si la fortuna fuera una broma. No sería tan bullicioso, le hubiera dejado puñados de billetes bancarios falsos o un talonario de cheques sin fondos. Por divertida que fuera la acción del testador, no sería durante mucho tiempo ocasión de festividades sociales y celebraciones de todo tipo. No se puede empezar ni siquiera una francachela por una herencia que es sólo ficticia. No se puede empezar una francachela para celebrar un milagro del que se sabe que no es más que un engaño de milagro. Al desechar el aspecto divino de la Navidad y exigir sólo el humano, se está pidiendo demasiado a la naturaleza humana. Se está pidiendo a los ciudadanos que iluminen la ciudad por una victoria que no ha tenido lugar.

Hoy nuestra tarea consiste en rescatar la festividad de la frivolidad. Es la única manera de que vuelva a ser festiva. Los niños todavía entienden la fiesta de Navidad: algunas veces festejan con exceso en lo que se refiere a comer una tarta o un pavo, pero no hay nunca nada frívolo en su actitud hacia la tarta o el pavo. Y tampoco hay la más mínima frivolidad en su actitud con respecto al árbol de Navidad o a los Reyes Magos. Poseen el sentido serio y hasta solemne de la gran verdad: que la Navidad es un momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre. Pero aun en los niños esa sensatez se encuentra de alguna manera en guerra con la sociedad. La vívida magia de esa noche y de ese día está siendo asesinada por la vulgar veleidad de los otros trescientos sesenta y cuatro días.

(En “La mujer y la familia”. Tomado de Stat Veritas)



Herodes, alarmado por los rumores de que había surgido un misterioso rival, revive el gesto salvaje de los caprichosos déspotas de Asia, y ordena el asesinato de la nueva generación. Todo el mundo sabe la historia, pero no todos han visto su significado. Cuando el tenebroso plan empieza a hacer brillar los ojos de Herodes, puede advertirse que una sombra gris se proyecta detrás de él y mira por encima de su hombro. Su mirada es la de Moloch. Es el Demonio que aguarda el último tributo de la raza de Sem, que en este primer festival de Navidades quiere celebrar también su propia fiesta.

Si no comprendemos bien la presencia del Enemigo, estamos expuestos a falsear la significación de la Navidad. La Navidad, para nosotros los cristianos, ha llegado a ser una cosa dulce, apacible, sencilla, cuando en realidad es algo muy complejo; no es una nota sola, sino el sonido simultáneo de muchas notas: la humildad, la alegría, la gratitud, el miedo místico; pero al mismo tiempo, el alerta y el drama. No es sólo una conmemoración para los pacíficos y los romeros; no es una conferencia de paz hindú. Hay en ella también algo de lucha, de desafío. Algo que hace que cuando las campanas tañen a media noche, su tañido sea tan horrísono como los cañonazos de una batalla, de una batalla que acaba de ganarse. La atmósfera de fiesta que respiramos en las Navidades, como una reminiscencia de la fiesta de aquel sagrado día, no puede hacernos olvidar que la fiesta del Nacimiento se celebró en una caverna.

Verdad es que esa caverna era un refugio contra los enemigos, y que esos enemigos recorrían ya la pradera pedregosa que se extendía sobre ella, como un cielo. Que los cascos de los caballos de Herodes pasaron como un trueno sobre la cabeza de Cristo. Pero esa caverna era como una fortaleza subterránea, adelantaba en el campo enemigo. Herodes, inquieto, sentía que el ataque venía de debajo de tierra, y que como en un terremoto, su palacio se hundía con él.

(En "El hombre eterno")